Por Arq. Rodolfo Eduardo Medina.
Cuando la vi por primera vez, en febrero de 1985, quedé tan horrorizado como sorprendido y maravillado. De hecho, fue el primer paisaje que conocía fuera de la zona urbana, un sitio que apenas había visto impreso en forma vaga en un billete colombiano que circulaba en los años 70s; sin embargo, jamás me imaginé que la realidad podía ser más alucinante que aquella imagen.
A mi arribo a la ciudad de Bogotá los primeros días de aquel enero, yo llegaba muy tarde en la noche en un vuelo de Iberia a El Dorado, y mientras el aparato aéreo aterrizaba, podía observar a través de la ventanilla una absoluta oscuridad salpicada de luces aisladas, aún sin saber que ese panorama que veía abajo era parte de la sabana occidental de Bogotá, cubierta de fincas y tapizada de vegetación frondosa de sierras altas.
Poco después, mientras enfilaba en auto hacia el coqueto barrio bogotano de Chicó, la ciudad me pareció sumamente melancólica, no sé, probablemente por la circunstancia de haber abandonado el lugar natal, y a que acababa de llegar a una ciudad que me parecía distante y extraña. En medio de la más profunda nocturnidad, aparecían ante mis ojos edificios cubiertos de ladrillos y románticas casonas de dos plantas con cubiertas de tejas clásicas estilo inglés. Todo el mobiliario urbano y la señalización vial alternado con áreas verdes, ordenado en su lugar, se descubría como la postal de un soho, entre lo bucólico y aristocrático. La espesura arbórea y la entonces proliferación de lotes sin construir delataba en la noche la distribución abundante de bosques y arbustos entre los edificios que otorgaban a las calles perspectivas abovedadas con las copas encima de las avenidas, algunas de ellas cubiertas por viejos adoquines brillantes con la humedad ambiental omnipresente.
Conforme fueron pasando los primeros días empecé a conocerle el pulso a Bogotá. Y a comprenderla mucho mejor. No era muy distinta a Cuenca, o a ciertos sectores del Quito moderno. Pero resultaba mucho más culta y cosmopolita; su arquitectura más representativa radicaba en el uso diestro y generalizado de los bloques de ladrillo y las tejas de cerámica cocida: esta característica le otorgaba la imagen de una ciudad color arcilla (al menos de toda la parte norte de la urbe así como también una porción del centro histórico), de igual manera que se percibe el tono típico homogéneo del casco urbano de Cusco. Por otro lado, sus habitantes resultaban ser únicos. Conservadores pero parranderos, paradoja que me resultó muy interesante en los colombianos, gente que se acostumbró a vivir muchas épocas de crisis y pesares, pero que había exorcizado el mal a punta de aguardiente y rumba: llegaron a ser las personas más alegres y rumberas que he conocido, con la virtud más divertida de la amabilidad, la solidaridad, y sobre todo, de la amistad genuina.
Bogotá me abrió la mente y la expuso ante muchas realidades del mundo, más allá del corral que había implicado lo hogareño del terruño en el barrio de Urdesa, mi barrio natal de la ciudad de Guayaquil. Cuando empezaba a recorrer Colombia, lo hice primeramente por los alrededores de la sabana donde se asienta la metrópoli. Así fue que, manejando en una excursión, di por sorpresa con el enorme hueco en medio de la exuberante cordillera adornada con nubes bajas que rastrillaban las laderas llenas de bosques húmedos.
Mientras iba por el camino vecinal que partía desde la Autopista Sur, adyacente al Embalse de Muña (exclusiva vía de uso habitual a mediados de los 80s para salir hacia el sur), me acompañaba un peculiar arroyo que llamó mi atención: su superficie estaba cubierta por una especie de espuma blanca, donde volaban trozos de la misma en ciertos tramos, danzando por la acción del viento y empuje del caudal. Por otra parte, el olor que el río despedía se hacía bastante repulsivo, como a huevos podridos (en realidad se trataba de un alto porcentaje de ácido sulfhídrico que se manifestaba con el clásico olor intenso a azufre).
El cauce de semejante río, aunque parecía modesto, resultaba solemne y dejaba ver el contenido de sus aguas negras al costado de la ruta. Entonces supe lo que más adelante averigüé: era el RÍO BOGOTÁ, también conocido como Río Funza. Este curso fluvial nace con agua cristalina en el páramo de Guacheneque cerca del Municipio Villa Pinzón ubicado al norte de Cundinamarca y su cuenca se encuentra repleta de flora y fauna, aunque luego de los dos primeros kilómetros de recorrido ya manifiesta sus aguas enfermas.
La inmensa carga de contaminación inicia una vez que recibe las aguas de los Ríos Salitre, Fucha, y Tunjuelito, ríos portadores de toda la basura generada por los bogotanos. A medida que cruza la extensa urbe a lo largo de todo el costado occidental recogiendo los ingentes mirialitros de mierda líquida y efluvios industriales, el río se va transformando en un curso cloacal a cielo abierto.
Así es como el río completamente muerto tras recorrer poco más de 100 km por el altiplano cundiboyacense y la sabana de Bogotá, atraviesa en silencio el sector del Embalse de Muña para luego entrar en una estrecha quebrada donde se transforma en un riachuelo pedregoso con aguas densas, grasientas y oscuras al ser controlado un par de kilómetros más adelante por la Central Hidroeléctrica de El Charquito, construido en 1896; cien metros antes de llegar a El Charquito y cien metros después de salir del pueblo adyacente a la central, la hediondez que sale del Río Bogotá es tan penetrante que resulta insoportable circular con las ventanas abiertas. Lamentablemente las represas no purifican el agua y el único proceso que realizan es la de separar la basura gruesa para que no ingrese a las máquinas generadoras de energía eléctrica, tales como animales muertos e implementos fabriles diversos, sobre todo los originados por la industria de la curtiembre.
Conduciendo por estrecha carretera, luego de disfrutar la compañía del dichoso río oloroso, a un costado de la vía y después de cruzar varios caseríos, se arribaba a una estrecha curva en donde de repente el río desaparecía hacia un precipicio de pesadilla con un estruendo que asustaba.
El torrente llegaba a un borde abismal sobre el corte abrupto de la cordillera formando una garganta formando farallones con paredes agrestes graníticas de lajas de antiguos estratos; sobre ésta cae una cascada de compuesta de tres planos verticales no alineadas, mojadas con chorros de aguas grises y fétidas de 157 metros de altura, cuya atomización séptica impregnaba todo, formando una niebla que se dispersaba dejando una lama superficial sobre las piedras. Se trataba del SALTO DE TEQUENDAMA.
Entonces fue que me vino a la memoria aquel billete, el cual había visto tantas veces en mis vacaciones de la niñez en Lima y que pertenecía a mi Tío Eduardo, quien lo guardaba a modo de souvenir colgado en una de las paredes de su cuarto. Se trataba del valor facial de UN PESO ORO de curso legal en la economía colombiana, cuyas emisiones salieron entre 1959 y 1977.
Este billete fue el último con valor de un peso emitido por el Banco de la República; en 1974 fue reemplazado definitivamente por moneda metálica, aunque su impresión se extendió hasta 1977 con una pequeña emisión de 200.000 unidades. Justamente sobre su reverso se encontraba impreso la imagen de una catarata.
La imagen de Simón Bolívar a la izquierda del anverso del billete está probablemente inspirada en un busto elaborado en mármol por el escultor italiano Pietro Tenerani. La imagen de Francisco de Paula Santander usada a la derecha del mismo anverso fue tomada de un óleo del pintor Felipe Gutiérrez, conservado actualmente en la Colección de Arte del Banco de la República, en Santa Fe de Bogotá.
Billete de Un Peso Oro.
Título: “El Banco de la República”.
1974.
Anverso: Rostros de Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander.
Reverso: Cóndor con alas extendidas; panorámicas del Salto de Tequendama (izq) y el Nevado Tolima (der).
Printer: Imprenta de Billetes Bogotá.
Tamaño: 140x70 mm.
Pick SCWPM-404.
La cascada de tipo natural fue el resultado de la compensación erosionante de un curso de agua que ha necesitado vencer el desnivel producido entre el borde de la sabana (promedio 2.600 msnm) y el cañón del Río Bogotá que se abre a través de los flancos occidentales de la Cordillera Oriental de Los Andes unos 160 metros más abajo, cuyas aguas discurren inicialmente con régimen de corriente de montaña entre farallones hasta nivelarse con flujo constante poco antes de la desembocadura en el cauce del Río Magdalena a la altura de la ciudad de Girardot.
En la imagen de arriba se puede ver al Río Bogotá pocos metros antes de precipitarse para formar el Salto de Tequendama. Justo en el borde a la izquierda se encuentra el lugar más próximo accesible para acercarse al inicio de la cascada, conocida como la "PIEDRA DE LOS SUICIDAS". Al fondo se puede observar parte del farallón sur por donde transcurre la carretera que se dirige hacia los poblados del suroccidente de la urbe como El Colegio, Anapoima y Tocaima.
Como ya lo mencioné anteriormente, el salto cae una altura de 157 metros desde los 2.467 msnm, en el medio de un abismo semicircular que se abre hacia el noroeste. Esta caída estrepitosa de agua se estrella contra el fondo de la garganta formando una tétrica laguna conocida como "LAGO DE LOS MUERTOS". El motivo del nombre es obvio.
EL SALTO DE LOS SUICIDAS.
El salto posee un extraño atractivo para las personas que la han elegido para acabar con sus vidas desde la década de 1920. Durante los primeros años de la era republicana el lugar ya era considerado un sitio de curiosidad y turismo para los habitantes de los municipios cercanos y por supuesto, de la Capital.
Por otra parte, la región tuvo que ver con los trabajos de construcción del ferrocarril entre 1912 y 1927; esto motivó la inauguración del Hotel del Salto para el año 1928, a pesar que ya se encontraba en funciones desde 1924. A partir de ese año comenzaría el fenómeno de los suicidios, aunque posiblemente ya se practicaban anteriormente sin que exista ninguna referencia escrita. La cuestión es que a partir de la mejora de las rutas de comunicación el número de suicidas empezó a aumentar al ganar importancia el Salto de Tequendama como lugar místico y seductor para las personas que querían viajar más allá de este plano dimensional.
"Y es que la cantidad de personas que se quitaron la vida durante esos años era tal, que se habían convertido en una verdadera atracción turística, en la cual -como refieren algunos cronistas de la época- no sólo los turistas fotografiaban a los suicidas, sino que algunos incluso posaban antes de lanzarse al vacío".
(Testimonio de Elpensante.com).
Curiosos que viajaban para observar las maniobras de rescate en el fondo de la quebrada, debido a un episodio de suicidio cometido la noche anterior.
Lo cierto es que hubo fotógrafos de prensa que tomaban las macabras fotos terminales y llevaban mensajes a los familiares y conocidos. Las crónicas se llenaron de notas emotivas y morbosas, con testimonios que mencionaban que el sitio poseía una extraña energía que en cierto modo hechizaba a las personas y las obligaba al impulso de tirarse hacia el abismo. Adicionalmente había un motivo que hacía muy seductor el Salto del Tequendama para acabar la vida por mano propia y era la desaparición absoluta. Hasta 1941 resultaba imposible recuperar los cadáveres.
Pero, el 22 de enero de 1941 los trabajadores de la empresa Taxis Rojos, una de las primeras flotas del país, lograron el acercamiento para rescatar el cuerpo de uno de sus compañeros, Eduardo Umaña, al cabo de una odisea de casi diez días.
En un primer intento llegaron a solo 20 metros de la base de la cascada; sin embargo, "las aguas revueltas, convertidas en espuma, se levantaban en medio del ensordecedor estruendo y era materialmente imposible dar un paso adelante", cuenta una crónica sobre el evento, redactado en el periódico El Tiempo de esos días.
Cuando regresaban rendidos ante este primer fracaso, Jorge Bejarano, compañero y uno de los mejores amigos del suicida, intentó saltar en seis ocasiones! Sus colegas tuvieron que detenerlo y ponerlo en manos de la policía. Resultó que Bejarano tenía un pacto de muerte con Umaña: ambos se matarían con un día de diferencia.
En un segundo intento estuvieron mucho más cerca. En éste, tuvieron que andar desnudos pues "los vestidos de baño quedaron hechos jirones por la vegetación y las piedras, cuando sólo habían recorrido unos 120 metros", narró el periodista de la citada crónica. Con ayuda de cuerdas llegaron hasta el Lago de Los Muertos, donde se formaba un fuerte remolino. En ese punto, según dijo el diario, había "una absoluta soledad, poblada solo por el ruido tormentoso del agua despeñada y por el permanente olor a cadáver putrefacto". Pese a la bruma, los conductores lograron ver un bulto que aparecía y desaparecía revolcándose dentro del agua. Uno de ellos decidió acercarse. En cuestión de segundos tuvo que pedir ayuda a sus compañeros pues "la respiración se hacía imposible y la asfixia lo congestionaba y además se le cerraban los ojos". Los taxistas pensaron que se acostumbrarían a los efluvios con olor a carroña, pero no fue así.
Nuevamente tuvieron que regresar con las manos vacías pero con la seguridad de que era el cuerpo de su colega y no de la camarera Teotilde Acevedo, la suicida inmediatamente anterior a Umaña, el cual ya estaría demasiado descompuesto.
Solo hasta el noveno intento lograron rescatar el cadáver de Umaña. "Se encontraba totalmente desnudo; únicamente conservaba una media y un pedazo de zapato... la corbata la tenía fuertemente anudada a los ojos y estaba adherida a la piel", describió la crónica periodística final de 1941. Una herida en la frente daba pistas del golpe fatal. Esto fue catalogado en la Capital como una hazaña de los expedicionarios debido a la naturaleza agresiva del sitio, ya que la probabilidad de éxito de la operación en casi todos los casos intervenidos con ayuda posterior por lo regular tendía a cero.
Foto extraída de alguna publicación, donde se captó un instante de los trabajos de rescate del cuerpo de un suicida en el borde fatídico del Lago de Los Muertos, en medio de la atmósfera pútrida de los chorros de agua.
Cabe señalar que en esa época la contaminación del río ya estaba presente sin que aún alcanzara los altísimos niveles de toxicidad y hedor que llegaría a presentar a partir de la década de 1960 y posteriores.
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De las tantas historias de tragedia que quedaron notablemente documentadas, una fue de una chica llamada María Prieto de 18 años, quien resolvió tirarse al abismo desde el borde del Tequendama. Ella dejó una carta explícita relatando la historia de desengaño con su novio y el siguiente final : "Por esta ingratitud me confundo en la profundidad del misterioso Salto de Tequendama", anticipando su decisión de quitarse la vida; también adjuntó una foto de ella misma justo al lado del Salto en el que se aventaría pocos minutos después, el 04 de noviembre de 1935.
El 27 de enero de 1941, un policía retirado de nombre José Suárez caminaba con su novia Isabel Vargas en las inmediaciones del Salto de Tequendama. Repentinamente besó a la mujer, subió a una piedra ubicada en el borde mismo donde la fría corriente tuerce 90° hacia abajo, se quitó con solemnidad el sombrero poniendo un papel dentro de él y arrojándolo al prado; a continuación, ante la mirada de su novia y de decenas de personas saltó al precipicio. Isabel intentó detenerlo y arrojarse también pero fue detenida por el agente de guardia Víctor Reina (Conto, 2013).
En 1946 el cabo del ejército Roberto Brunch y su esposa Gloria Osorio Rocha dejaron parqueado el jeep del ejército en la carretera cercana, y en la piedra del borde del salto (ya entonces conocida como la "piedra del suicida") pertenencias personales junto a dos cartas. Sin embargo, Brunch ya estaba casado con Concha Rodríguez de Brunch con quien tenía tres hijos; por lo que se comprende que, al estar en otra relación y en delito de bigamia tomaran la fatal decisión. Sin embargo, ante la ausencia de cadáveres, el hecho generó desconfianza en la prensa que alertó a las autoridades fronterizas, deteniendo a la pareja en Cúcuta unos días después (diario El Tiempo).
Carlina Garibello, una vendedora de fritanga que tenía un puesto de comida sobre la ruta que mira hacia el Salto y que también vendía historias de suicidios al periódico El Espectador, y Adolfo Neuta, un cronista aficionado del periódico El Tiempo, se encontraban conversando una tarde de 1963, cuando un joven se acercó y tras conversar un momento salió corriendo y se arrojó a la cascada dejando un sobre en el suelo. Los dos personajes lo miraron con atención y sin intervenir. Una vez lanzado el desdichado, se quedaron observando el sobre; entonces se abalanzaron sobre él. La disputa entre Carlina y Adolfo por acceder a la exclusiva del sobre y ser testigos directos con pruebas del hecho macabro ejecutado los llevó a un creciente forcejeo que finalmente los guió al abismo también, rodando al fondo del Tequendama todavía unidos por la furia del ego (González Toledo 2010).
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En alguna ocasión durante mis visitas al magnífico aunque escalofriante anfiteatro natural, y mientras subía el sol de la mañana, me imaginaba lo que allí tuvieron que vivir cientos de suicidas que comulgaron con dicho destino fatídico. La cascada, pese a hallarse a bastante distancia de mí pero lo suficiente como para admirar los detalles de los chorros de agua que bajaban en estampida, empezaba a emitir un repugnante hedor, producto del aumento del caudal de su corriente con ocasión de las lluvias de la noche anterior. En esas me encontraba cuando conocí a la persona encargada de custodiar el extraño edificio abandonado con aspecto a casa embrujada, que se encontraba al borde del precipicio frente a la cascada. El guardián, de nombre Alirio, conocía de primera mano muchas historias del lugar y otras más antiguas, dignas para los relatos de terror contados en una peña nocturna de playa.
Resulta que, tiempo atrás, también a las horas de la mañana, solía llegar el policía que custodiaba el Salto durante los años dorados de los suicidios. Su trabajo consistía en no solo espantar a los desesperanzados que querían concretar el acto sino además a los turistas que iban a fotografiarlos. Por ese motivo los suicidas empezaron a preferir la noche para su clavado final. Las horas más comunes eran desde las 17h00 hasta las 09h00 del día siguiente.
El lugar preferido por los quitavidas era por supuesto la "Piedra de los Suicidas", una roca plana que se halla precisamente sobre el borde del primer escalón donde empieza a precipitarse el flujo de aguas pútridas sobre el primer tramo de la pared vertical.
Luego de varias súplicas y unos cuantos pesos, mi nuevo amigo guardián accedió a acompañarme hacia el sendero que conducía al borde superior del Salto.
Vista desde la "Piedra de los Suicidas" hacia el abismo. La cascada se abre inmediatamente debajo de la piedra que asoma a la derecha de la imagen.
Hagamos el ejercicio práctico de contar seis segundos:
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
SEIS SEGUNDOS. Ese es el tiempo que toma caer desde lo alto del salto.
Quedé espantado con la visión del vasto panorama que se hallaba delante de mí, y reconozco que la fuerza que se sentí ante el inminente "horror vacui" que doblega e hipnotiza fue demasiado apabullante. Tuve que sentarme mareado, y además asqueado debido a los vientos repelentes que abofeteaban mi rostro.
El Salto del Tequendama y sus aguas del Río Bogotá, uno de los más contaminados del planeta, resultaba abrumadora y aterradora en su geografía y en sus detalles; todo era escabroso y estupefaciente. Simultáneamente me hacía remitir a la escenografía parecida al que aluden los pisos inferiores infernales descritos en la Divina Comedia de Dante Alighieri. Con mucha razón a lo largo de las décadas el lugar se llenó de energías oscuras e historias turbias, de espíritus y brujos cautivos; los desahuciados de alma hallaban en la dantesca caída el elemento suficientemente perverso y emotivo para acabar con su vida. Desde entonces, los suicidas clásicos urbanos elegían la cascada para cobrar la última aventura, estrellarse contra los peldaños pétreos y terminar sumergido en la laguna siniestra, de fangos estratificados con cocteles de metales pesados, abundante "escherichia coli", y multitud de anónimos huesos rotos.
Según me comentaba Alirio el guardián, no se disponía de estadísticas del número de muertos, ya que el lugar a menudo ofrecía total anonimato para dicha acción, además que, debido a la fuerza de la caída, los cadáveres quedaban a menudo encastrados en el fondo de la laguna sin jamás volver a aparecer.
Muchas veces se había intentado infructuosamente rescatar los cadáveres que se hallaban cautivos en el lecho de la laguna mortal. Hay testimonios que indican una profundidad de algo más de 30 metros, que contienen aguas tan turbias y alta toxicidad que resultaba imposible bucear dentro de él. Además, lógicamente a mucha gente le inspiraba demasiado temor el acercarse al sitio: los augurios y las leyendas estaban profundamente arraigadas en la mente colectiva.
La historia de los suicidas que fracasaron en el intento también es larga, de acuerdo a la conversación con Alirio. Me mencionó el caso de una señora, Diva Quintero quien, el 05 de enero de 1941 viajó de Neiva con el único propósito de quitarse la vida arrojándose en el Salto. Era morena y robusta, y escogió vestir de luto para su vuelo hacia la eternidad. Sin embargo, no tuvo en cuenta los horarios del policía encargado, quien inmediatamente entendió lo que estaba pasando y la detuvo camino a la "piedra". Cuando la llevaban a la estación de policía, Quintero intentó zafarse y lanzarse contra el tráfico para morir atropellada, pero tampoco tuvo éxito. Pese a su fracaso, sentenció que tarde o temprano concretaría el suicidio. Las autoridades le encontró en su bolso unas fotografías rotas de ella misma y unas coplas escritas que seguramente pensaba dejar sobre la "piedra" antes de lanzarse:
"Yo, María Diva Quintero, a quien dicen "madama", sus amigos
mañana, cinco de enero, me lanzaré al Tequendama, sin testigos
Oh Vida vana y traidora, tormento torpe y nefasto de la ausencia!
Espera de horas tras horas y siempre estar extrañando su presencia!
Boca del Abismo Cruel, hondura de la tremenda catarata!
Para qué vivir sin él?
Acepta la humilde ofrenda de esta chata".
Alirio finaliza el relato mencionando que poco tiempo después la susodicha concretó su deseo, esta vez sin la intervención del guardián del sitio.
Muchas décadas antes, y muchas pisadas antes sobre la misma piedra maldita, donde centenares de suicidas echaban su suerte, estos parroquianos de la foto superior se divertían sanamente sin tener planes de entrar al agua correntosa; tan solo plasmaban una instantánea para la posteridad, del mismo modo que yo ahora apoyaba alegremente con mis pies el mismo lugar, aunque me invadía la clásica fobia envolvente ante un espacio riesgoso.
UNA VIRGENCITA PARA LOS DESESPERADOS.
Alirio el guardián se persignaba con devoción y frenesí. La cantidad de suicidas que se lanzaban a la carrera vertical en picada, desde la piedra en la que nos encontrábamos Alirio y yo, era de tal magnitud que en algún momento obligó a construir una pequeña estatua azul y blanca, la Virgen de la Buena Esperanza sobre la ribera contraria al frente de la famosa "piedra de los suicidas", dueña de una mirada consoladora y entrecerrada, justo para servir de último vistazo resignado en vida antes de darle la bienvenida a la muerte.
Hay pocos lugares en el mundo que me han inspirado miedo, y éste fue uno de ellos. Todo el lugar pareciera estar adornado a propósito, para generar temor y miedo. Dicen que, al estar sobre el borde mismo del nacimiento del Salto frente a la estatua de esa Virgen, se siente una fuerza inexplicable y una inclinación insensata de tirarse a la cascada. Yo, en aquella visita, estuve en el borde sobre esa famosa piedra y confieso que lo que sentí fue un extremo pavor y una particular fobia a la cercanía de esa garganta infernal que mantenía a mis pies. Especialmente la visión enfrente de la estatua mustia me generaba mucha inquietud, como si me estuviera vigilando; mientras tanto, Alirio persistía susurrando sus rezos y abluciones de fe.
Me detuve a contemplar por mucho tiempo la enigmática figura virginal pensando en la dualidad cósmica acerca de la vida y la muerte, sus conexiones, el hilo conductor entre el mismísimo segundo de estar de pie, vivo sobre la roca en la que me hallaba, y a continuación hallarse en la superficie áspera y fantasmagórica de la Laguna de los Muertos, 157 metros abajo, instante en la que cualquiera de las personas que se lanzaron bajo la sombre de la estatua llegaban probablemente sin vida completamente destrozados entre los embates del agua furiosa y las filosas rocas sin misericordia.
Cabe señalar que a la estatua curiosamente le falta las falanges del dedo índice de la mano izquierda (?), lo que le confiere a la silueta la postura de estar realizando un ademán esotérico en la víspera de algún conjuro.
Es posible que el nivel de magia y misticismo que este Salto desprende no exista en las Cataratas del Niágara, ni en la Cascada de Kaieteur de la Guyana, ni las de Victoria, ni mucho mechos en el Complejo de Iguazú. No creo que haya otro sitio similar. Por eso, ya que estaba cerca, tomé la decisión de verla con mis ojos, además que resultaría inexplicable cualquier razonamiento al respecto; no obstante, creo que fue un momento demasiado íntimo. Y muy instructivo acerca de la naturaleza humana y de cómo lidia con sus demonios.
Aquella visita guiada concluyó con varias tapas de un aguardiente que Alirio amablemente compartió conmigo, y varias anécdotas contadas acerca de su trabajo cotidiano que consistía básicamente en recorrer los antiguos aposentos de la edificación derruida al frente del abismo y, según palabras de él, "acompañar a los espíritus verracos cautivos de las profundidades del Lago que correteaban por los contornos de los farallones, y lo visitaban en las tinieblas de los salones desvencijados en sus recorridos vespertinos".
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Por supuesto, durante los dos años que yo permanecí en Colombia (1985-1986), pude ir numerosas veces como un descomplicado y curioso turista que se detiene desde el mirador de la carretera y toma sus fotitos tanto del Salto como de la casa embrujada del que hablaré más adelante, con el despliegue del espectáculo cuando había crecida y el caudal era abundante, y también cuando la cascada disminuía y apenas asomaban pequeñas caídas de hilos de agua. Como era habitual, en épocas de creciente rugiente y nutrida, sentía las gotas de rocío con aromas ácidas posarse sobre mis ropas y en el rostro, humedades suspendidas en el aire que despedían las aguas del torrente al romperse sobre las rocas inertes. Una característica notable era que todo el ambiente olía nauseabundo. Incluso los puestos ambulantes que ofrecían mazorca asada, arepas, chicharrón y agua de panela, que atendían sobre la ruta adyacente a la casa embrujada, poseían un leve aroma a alcantarilla (aún así lo comíamos igual!).
El rugido de las aguas era otra de las características. Entre mis memorias de paseos al Tequendama figura una del año 1986, una de mis tantas excursiones incomprensibles y arriesgadas, cuando en una medianoche de fin de semana, en compañía de mi hermana y una de sus compañeritas, nos dirigimos por la misma ruta utilizada, al lado del río apestoso, hacia el hueco escalofriante de la cordillera. Exceptuando el riesgo de sufrir un probable asalto en la vía (Bogotá y sus alrededores poseían índices de inseguridad bastante alarmantes entonces), la experiencia de estar en aquel lugar solitario en medio de la noche, con la casa embrujada en penumbras, escuchando el ruido ensordecedor que desprendía la cascada en medio de una nube que cubría una opresiva oscuridad total y que nos causaba asomos de piel de gallina, estuvo a la altura de ser uno de los mejores cuentos de terror que se pueden escuchar durante una fogata de playa; salvo que en este caso, la experiencia fue muy real.
Poco tiempo después de emigrar de Colombia volví nuevamente a visitar el Salto y me tomé esta instantánea cuando intentaba observar el Lago de Los Muertos desde el borde mismo del farallón sur (donde actualmente se ha habilitado un interesante mirador) sobre la carretera que conduce a La Mesa - El Colegio, en 1990. Para entonces, la falta notable de caudal del Salto me sorprendió; tampoco hubo ruido de aguas ni nubes de evaporación maloliente en el ambiente.
LA CASA EMBRUJADA AL PIE DEL ABISMO.
Para colmo de colmos de semejante lugar, sobre la ribera del precipicio, a alguien se le ocurrió edificar un palacete con vista directa al Salto. La estructura se pensó como estación de tren y luego como hotel y restaurante para los viajantes durante mucho tiempo; después cayó en el abandono durante años convirtiéndose en un lugar simplemente lúgubre, cuya fama creció como sitio paranormal y una especie de palco natural para contemplar el profundo pozo de las ánimas que yace a los pies del acantilado.
En la imagen de arriba, el primer contacto con la "casa embrujada", tal como se apreciaba desde la vía de acceso llegando al sitio durante los primeros años de puesta en funcionamiento.
Desde mucho antes en el tiempo y durante el siglo XIX, los notables de Soacha y las vecindades solían recorrer a caballo el bosque y la alta quebrada para contemplar la caída del río en tan abrumador paisaje, sobre todo en los días soleados. Así aparecieron los paseos de olla santafereños (picnics que realizaban las familias pudientes), luego los dibujos pintados a mano de los paisajistas y los poemas en su honor.
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El sitio adquirió mayor fama con un singular evento, relatado a continuación:
El domingo 17 de noviembre de 1895, un equilibrista estadounidense llamado Harry Wagner atravesó la catarata suspendido sobre una cuerda floja!
Dos días antes, el viernes 15, el camino de Soacha hacia el Salto se llenó de gente que iba a presenciar la hazaña publicitada por la prensa de la época. Más de 600 espectadores, entre citadinos y campesinos de Soacha, estuvieron atentos a los preparativos del show. El equilibrista tuvo serios problemas para fijar el cable y nadie pudo ayudarlo porque no le entendían una sola palabra. A las 10h00 logró amarrar el cable de un lado del Río Bogotá, pero después de pasar a nado cuatro veces, muy abrigado, notó que el cable era demasiado corto.
Wagner no logró solucionar el percance hasta el día siguiente, pero ese sábado cometió otro error: olvidó del otro lado las poleas e instrumentos para templar el cable.
Como no quería nadar más, se aventuró a pasar por la cuerda, destemplada y mojada por la caída de agua. Para empeorar las cosas, comenzó a llover y la neblina se hizo más espesa, pero Wagner pasó por segunda vez, con los instrumentos al hombro, y terminó la labor a las 15h00, muy cansado como para empezar el espectáculo.
Por fin, cuando el público se había cansado de esperar, el equilibrista atravesó el Salto de Tequendama el domingo 17 a las 11h00. Lo vieron unos cuantos campesinos y seis caballeros de Bogotá.
En el diario El Telegrama del 18 de noviembre apareció una reseña que contaba: "Los carruajes que hay en la ciudad están tomados; muchos van en bicicleta, muchísimos a caballo y una legión a pie. La ciudad se quedó sola. Un joven de apellido Villamil cayó al río, pero fue afortunadamente sacado, cuando estaba próximo a caer en el abismo. Finalmente la hazaña se concretó el domingo por la mañana luego de varios contratiempos".
El Correo Nacional del 19 de noviembre escribió: "Pasó de pie sobre la cuerda hasta la mitad del Salto; allí se volvió de espaldas y regresó a donde había salido (...). Volvió a pasar la cuerda, deteniéndose otra vez en la mitad; allí tomó la balanza en una mano, y con la otra saludó a los atónitos espectadores; después se sentó en la cuerda, se arrodilló y se acostó en ella (... Luego se levantó). Y siguió de espaldas (...). En esta última operación, Harry Wagner se enredó en el cable y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero inmediatamente se repuso".
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Iniciando el siglo XX, el presidente Pedro Nel Ospina ordenó construir la Estación de Ferrocarril del Sur El Salto. La obra fue diseñada y construida por los arquitectos Pablo de la Cruz, Joseph Martens, y Carlos Arturo Tapias, y decorada (con notable influencia de la escuela francesa) por Ramón Barba Guichard, trabajos que tuvieron lugar entre 1923 y 1927. El emplazamiento era accesible mediante el ferrocarril que solía unir Bogotá con Girardot, y las comarcas del sudoeste, cuya vía bordeaba el precipicio que da hacia el Salto; la empresa supuso bastante esfuerzo ya que todos los materiales fueron acarreados con dificultad debido a las pésimas condiciones de las vías de acceso.
Imagen obtenida de una familia de turistas de la época posando cerca de la apertura de la cascada, con vista hacia el flamante Hotel del Salto colgando del abismo.
Originalmente fue proyectada como estación de tren pero también se lo adecuó antes de su inauguración refundándolo como el elegante HOTEL DEL SALTO DE TEQUENDAMA, quedando a cargo el señor José Domingo Dávila de Pumarejo. Aunque cabe señalar que el nombre original de la construcción (tal como figura en los planos arquitectónicos) técnicamente era conocida como CASTILLO DE BOCHICA.
Su propósito fue la de atraer turistas pudientes al Salto de Tequendama, que resultó ser un éxito por al menos tres décadas. El tren del sur solía unir Bogotá con las comarcas de las estribaciones al poniente de la Cordillera Oriental hasta las tierras bajas de la cuenca del Magdalena. El objetivo de la casona sirvió eficientemente como hotel de lujo para los viajantes con alto poder adquisitivo que iban y venían de las veredas con clima más cálido que la sabana.
Para 1928 se construyó una ampliación pensada para ser también la mansión residencial del arquitecto Tapias. La casona quedó constando de una superficie de 1.480 metros cuadrados, con cinco niveles que servirían, uno para el lobby y las labores administrativas como Estación de Tren El Salto, y todos los servicios de hospedaje de lujo en el resto de las plantas.
El conjunto fue pensado como una casa aristocrática de estilo republicano, en donde solo ingresaba la élite capitalina y personajes conocidos. Aún actualmente se puede apreciar la baranda con columnas interiores pétreas labradas del mirador original que daba al precipicio; las personas bajaban del tren prácticamente en el ingreso al lobby del edificio. Desde el principio las visitas fueron masivas, y por dicho motivo fue que a la idea inicial del proyecto se lo readecuó con más superficie e instalaciones para servir de hospedaje.
La fachada original tenía un tono amarillo ocre; con el transcurso del tiempo, el color original se destiñe en un blanco/beige; con posterioridad se lo vuelve a pintar de un rosa pálido y así permanece hasta el ocaso de su inicial función. Los interiores estaban cubiertos de tapicería y molduras decorativas. Estos albergaban salones de ocio, de danza y música, bar, un completo y finísimo restaurante, doce habitaciones glamorosamente decoradas, dos niveles de sótanos, y un altillo dedicado para el presidente Ospina, quien no pudo conocerlo porque falleció antes de su inauguración (se decía también que este aposento era utilizado exclusivamente por el arquitecto Tapias).
Hasta bien entrados los años 1940, la casona fue el principal sitio turístico de Cundinamarca. Miles de "cachacos", hombres de camisa, chaleco y corbata, acompañados por sus esposas encopetadas y abultados ajuares, llegaban en tren para bailar en los salones de estilo clásico melodías en valses, obteniendo las elaboradas fotografías testimoniales de los interiores de la edificación y desde luego con el salto y el barranco a sus espaldas.
Además de todas las visitas y la permanencia de las ilustres visitas que alimentaban los chismes y crónicas del jet set de la época, empezaban también a surgir cierta crónica paralela con base a leyendas y manifestaciones que se tejían entre los rincones lúgubres de la casona y que hacía partícipe a la cascada cuya visión asombraba a todos sus huéspedes.
La violencia política a partir del Bogotazo (1948) causó estragos económicos al hotel, dejando de funcionar como destino importante hacia mediados de los años 50s. Lo que vino a continuación fue que el Ministerio de Obras Públicas, para entonces dueño de la casona y de las estaciones de tren, decidió vender el inmueble a un particular. A partir de ese momento la propiedad circuló por varios dueños, incluido la Corporación Nacional de Turismo, que no la tuvo por mucho tiempo. Ahí fue que comenzó el verdadero deterioro de la casona, al mismo tiempo que el río y la cascada incrementaban los niveles de polución.
Los malos olores ambientales a principios de los años 80s obligaron al cierre terminal; la vegetación y el moho cubrieron la fachada, los pisos y el decorado interior. Las bromelias crecieron en el tejado y el agua ingresaba por numerosas grietas sin que nadie se ocupe de reparar.
Detalles ornamentales originales sobre la fachada esquina noreste del Castillo, al nivel entre la planta baja y el primer sótano.
Detalle de acabados de borde de ventana y paredes de bloques de roca y ladrillo, ubicado en el primer sótano.
La clausura del hotel y del restaurante no impidió que la casona conservara la colección de rumores cada vez más densos de maldiciones, espantos y fantasmas que, azuzados por el abandono, se encontraba en plena efervescencia, rumores que eran alimentados con las historias que la crónica roja publicaba con lujo de detalles acerca de los suicidas de turno.
Aumentó un peculiar fanatismo morboso por parte de las personas amantes por lo dark, hasta que un sujeto llegó a prenderle fuego al hotel en desgracia una tarde del año 86. Los fantasmas errantes del gran abismo del Tequendama se tomaron completamente las habitaciones donde antes hubo risas, aguardiente y ponqué, y en las que ahora asaltaban con susurros y lamentos de ultratumba los espejos destrozados y los muebles con moho y alimañas. Con frecuencia los salones eran usurpados por pandillas que cometían actos vandálicos con la decoración cayéndose a pedazos y efectuaban ritos espirituales grupales.
La casona ya estaba convertida en un emblema bogotano del terror al mejor estilo gótico, para cuando yo recorría la zona. Eso sí, jamás me atreví a traspasar la reja perimetral y asomarme a su temible terraza.
Segmento original de la baranda de la terraza posterior de la casona, con vista al Salto de Tequendama.
El edificio estaba cubierto de maleza, con enredaderas colgando de habitaciones mohosas como cortinas, muebles rotos y podridos por la humedad, sin duda provocadas por el calor, la humedad y la fauna. La terraza que rodea al volumen exterior se encontraba deteriorada y llena de maleza (hierba mala).
Aspecto que presentaba la escalera principal interior, algunos años antes de ser sometida a remodelación.
Un elemento arquitectónico enigmático del exterior que dejó de usarse mucho tiempo atrás son unas escaleras que descienden desde la plataforma y el basamento posterior que mira a los acantilados bajo la casona, aunque no intervienen por ninguno de los dos niveles de sótanos. En cambio, dan acceso a una especie de terraza inferior y un puente que baja aún más al desfiladero, y a otras escaleras talladas sobre la roca en muy mal estado que, probablemente conducían hasta el fondo del abismo, donde se ha comprobado un yacimiento de ruinas antiguas que sugieren un lugar que quizá perteneció a los muiscas.
Detalle del basamento, con los dos niveles de sótanos y la escalera posterior que desciende al desfiladero.
En todo caso, la construcción externa a la casona no ha sido objeto de suficiente estudio y, hasta la fecha, se encuentra relegado y por ende descuidado e ignorado probablemente por encontrarse en un emplazamiento de difícil acceso y descenso. La única manera que existe de internarse en el fondo del desfiladero donde corre entre piedras y frondosa maleza el Río Bogotá -nuevamente reconstituido después del Salto-, es a través de una larga y ardua excursión que llevaría varias horas empezando el trekking desde el cruce de la Vía Cusio con las instalaciones de la Estación Hidroeléctrica Tequendama, río abajo.
Bioma de bosque de niebla, característica de la región alta del Tequendama. Este tipo de flora es la que impera tanto en la parte alta de los farallones adyacentes como sobre el fondo de la quebrada donde discurre el Río Bogotá sobre el piso inferior después del Salto.
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Mientras transcurría la época de oro de la ocupación hotelera en el sitio, algunos huéspedes habían empezado a denunciar manifestaciones anormales variopintas dentro de los salones y las habitaciones. Había temporadas turísticas en las que arreciaban las historias tenebrosas, aunque muchos de los asustados inquilinos preferían olvidar u omitir los hechos, al menos de manera inicial. No obstante, muchos de esos relatos salieron a la luz posteriormente.
Un misterio habitual tuvo que ver con el espectro de una monja errante quien fuera una de las primeras víctimas en lanzarse al vacío desde la "piedra de los suicidas"; la manifestación típica de su presencia era la de arañar las paredes en penumbra del hotel con sus largas uñas emitiendo el clásico chirrido. Una noche, una persona llamada Francisco Guacaneme se hospedó un par de noches; a continuación relató las horas incesantes y aterradoras de la madrugada en la que permanecía paralizado, luego de despertarse por los múltiples susurros de imploración en la que escuchaba pronunciar su nombre, mientras observaba el movimiento errático de objetos sobre el piso de madera que crujía alrededor de su cama.
Desde su funcionamiento efectivo en 1928, el hotel protagonizaba en sus elegantes espacios memorables peleas entre sus huéspedes, muchos de ellos personajes de alcurnia, quienes incluso fallecían producto de los destrozos del local que involucraba la rotura de los tablones de los pisos ante los golpes. Como ya lo mencioné, a partir de la década de 1940 empezaban a circular las noticias de los "saltadores de la cascada". Con el tiempo, las habitaciones y los pasillos también se llenaron de ánimas, de murmullos y lamentos que solían escucharse apenas el viento desviaba el estruendo del Salto.
Las casona se fue llenando con estas energías, hasta que un día la actividad de hospedaje cesó y las habitaciones cerraron definitivamente. Entonces quedaron vacías de vida y movimiento, con el decorado -tal cual había sido utilizado sin cambiar nada- pudriéndose irremediablemente.
Mientras tanto y durante unos nueve años, un señor llamado José Ignacio Pareja tuvo la valentía de someterse a la disciplina de vivir en la casona como cuidador voluntario, experimentando con paciencia el embrujo del lugar día tras día: conversaba con frecuencia acerca de estas manifestaciones agregándole un toque turístico o pintoresco ocasional, hasta que un día inexplicablemente desapareció sin saberse el porqué. Y llegó el olvido: en un lapso de casi 20 años desde principios de 1990, la casona estuvo clausurada y abandonada. Los turistas la observaban al paso con sigilo, como se mira a un curioso monumento, sin tener prensa para retroalimentarse de nuevos episodios de apariciones en su interior.
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Eventualmente surgían voces interesadas en los fenómenos psíquicos y se producía un efímero golpe de fama propagandístico. Tal fue el caso de una de las tantas convocatorias que tuvo la radiodifusión de aquellos años. En el 2015, un programa de radio denominado El Cartel Paranormal hizo una transmisión en vivo desde el Salto de Tequendama a medianoche (me copiaron la excursión que yo hiciera tres décadas atrás).
En el evento estuvieron presentes Daniel Trespalacios junto con el parapsicólogo Edwin Robles y otros técnicos, quienes aseguran haber tenido contacto con entidades que yacen en el lugar.
Durante el programa se escucharon varios gritos a lo lejos, pero no lograron determinar si eran hechos paranormales o simplemente personas que merodeaban la zona produciendo la serie de ruidos. hubo particularmente un grito largo y lejano, como gutural y proveniente de una mujer, que todos escucharon y que a una buena parte de los oyentes dejó petrificados.
Una de las situaciones que hizo un contacto claro fue la de un hombre de contextura gruesa y calvo, que tuvo un accidente automovilístico, quien repetía muchas veces "Yo quería llegar!". Manifestaba su tristeza y dolor porque no pudo conocer a su hijo; al parecer su esposa estaba en embarazo, y él iba en su auto que se estrelló y jamás pudo llegar a su domicilio. Hubo varios contactos; sin embargo, la mayoría provenía de personas que fallecieron en accidentes en el abismo y no de suicidas.
Adjunto link de una parte de aquella transmisión:
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En el 2007 se consolidó la Fundación Granja Ecológica El Porvenir, entidad sin ánimo de lucro, que permitió, entre otras cosas, el rescate de la casona abandonada, mediante el otorgamiento de 300.000 Euros donados por la Unión Europea, el apoyo de la Agencia Francesa de Desarrollo y de la Embajada de Francia. El ingeniero Luis Guillermo Aycardi y la arquitecta Claudia Hernández no cobraron un peso por su labor profesional en la reconstrucción: en 2011 comenzó el proceso de restauración integral.
Se reconstruyó íntegramente el lobby, la sala de música y banquetes con sus decoraciones originales, los balcones, las habitaciones con su mobiliario clásico, el piso de ajedrez y naturalmente la fachada completa. En el techo se reinstalaron más de 14.000 tejas, las figuras ocultas y derruidas con el paso del tiempo emergieron, tales como el rostro de Bachué, la serpiente muisca, y los faunos.
RESUCITACIÓN DEL CASTILLO DE BOCHICA.
Comparación en imágenes entre el antes y el después de las intervenciones sobre las fachadas del inmueble.
FACHADA NOROESTE.
DETALLE DE PÓRTICO PRINCIPAL DE ACCESO.
Tuvieron la idea de convertir el hotel en un museo y lo rebautizaron como CASA MUSEO DE BIODIVERSIDAD Y CULTURA DEL SALTO DE TEQUENDAMA. Fue reinaugurado en agosto de 2013 y funciona en pleno desde el 2016. Sin embargo el sitio conserva en cierta medida algo de su antigua atmósfera lúgubre. Los caracteres y estereotipos por los que este monumento edilicio sigue siendo reconocido son:
- Por el impresionante entorno y la magnífica vista hacia el cañón del Tequendama.
- Por la cantidad de personas que se suicidaron al frente (en el salto).
- Por los fallecidos (huéspedes) dentro de la casona por motivos diversos.
- Por la cantidad de energías que emana de la edificación.
- Por las numerosas almas en pena, que se hacen sentir y oir en sus interiores.
Sin embargo, la directora ejecutiva actual de la Fundación, María Victoria Blanco, ahora propietaria del museo, sostiene que, desde que está en sus funciones, la supuesta energía emanada de la casona la siente de otra manera, y no se cansa de repetir como disco rayado que el único fantasma que habita y merodea el antiguo hotel es el de la indiferencia.
También resalta enfáticamente el hecho de que "toda la estigmatización que tuvo el Salto fue en parte gracias a una voluntad de abandonar nuestro patrimonio dejándonos llevar por la histeria de la prensa sensacionalista. Entonces, en la medida que expresaron que acá asustaban, que huele feo, que estaba abandonado, al colombiano común le dejó de interesar el lugar o incluso alguna vez lo llegó a vandalizar quemándolo por poseer supuestos espíritus", agrega María Victoria.
DETALLES DE ÁREAS INTERIORES.
DETALLES DE ÁREAS EXTERIORES.
En honor a la verdad y a pesar de todo, yo también estoy de acuerdo con María Victoria Blanco. El sector del Tequendama resulta ser un lugar tan cercano de la ciudad pero que los bogotanos por lo regular desconocen y prefieren vivir a través de las historias de los abuelos, tíos y familiares. Historias que hablan desafortunadamente de los días más negros del Salto. Es paradójico pensar que hace 100 años el Salto de Tequendama era considerado un ícono de la geografía colombiana, presente en banderas y billetes junto al Nevado del Ruiz, la Sierra Nevada, o el Complejo Arqueológico de San Agustín, y hoy en día su reputación se encuentra reducida a relatos de suicidios y catástrofes ecológicas.
"La naturaleza es simplemente esa cosa inocente".
(Rafal Milach).
En años recientes una bloggera de nombre Inara Pey, autora del blog Second Life Community / Living in a Modern World publicó un post muy interesante (6 de mayo de 2020) sobre diseños inspirados en el Hotel del Salto de Tequendama, dibujos con una particular técnica e inspiración proyectadas por la diseñadora de regiones, Jade Koltai.
A mí personalmente me gustó mucho la visión acerca el lugar y la atmósfera que acertadamente combinó entre lo antiguo y lo actual del entorno ecológico del Tequendama. Anoto su link a continuación:
Uno de los principales objetivos que tiene el museo es la de concientizar a las personas acerca de la contaminación del Río Bogotá y cómo recuperar su ecosistema, además de su conservación a futuro.
Francamente, tener una caída de agua tan bella con un río tan contaminado... y explicarles eso a las nuevas generaciones, que son aguas corruptas producto de la falta de tratamiento de los desechos de las industrias y de las canalizaciones de aguas servidas de Bogotá, es un desafío ético.
Cabe señalar por último que, aunque actualmente el índice de suicidios en el lugar ha descendido notablemente, de vez en cuando sigue habiendo personas que optan por esta selecta forma de hacerlo.
DESCRIPCIÓN GEOLÓGICA BÁSICA DEL DESFILADERO DEL TEQUENDAMA.
La formación de la Cordillera Oriental de Los andes tiene lugar desde hace unos 23 millones de años con el llamado levantamiento orogénico de montaña, proceso lento y continuo, que hace unos 2 millones de años dio lugar a la consolidación de un gran lago en lo que hoy es la sabana de Bogotá, durante el período conocido como el Pleistoceno. En algún momento que algunos aproximan a hace 30.000 años se empezó a desecar a través de una caída de agua en el suroccidente de este gran lago y es aquí cuando nace su desfogue, en el Salto de Tequendama (Van Der Hammen, T. y González, E. 1963).
Parte descubierta granítica texturizada de los farallones que componen el desfiladero del Tequendama y se prolongan en dos direcciones, uno hacia el noroeste formando el cordón montañoso del límite occidental de la sabana, y la otra "pared" que continúa y tuerce a la altura del Mirador del Tequendama y de San Pacho, para luego formar el cordón de borde de Fusagasugá en dirección sur.
ORÍGENES DEL MITO DE LA CREACIÓN.
La especie humana llegó a la sabana de Bogotá hace unos 13.000 años organizada en bandas de cazadores recolectores que estacionalmente se ubicaron en abrigos rocosos.
Culturalmente evolucionaron en diferentes etapas hacia una cultura agrícola y comerciante que entró en contacto con los españoles hace 500 años (Correa U, y Van Der Hammen, T. 1977).
Este pueblo conocido como los MUISCAS vio en el Salto de Tequendama un enigmático lugar sagrado que sustenta dos de sus grandes mitos fundacionales: Bochica y Hunzahúa.
BOCHICA.
Dios supremo del pueblo Muisca, hombre anciano y extranjero, quien tras enseñar a los muiscas artes y oficios murió o desapareció en Suamox. Pero tras un período de inundaciones provocadas por el dios Chibchacum hizo aparición en el arco iris y con su vara abrió el paso de las aguas.
"... Después de lo cual una tarde reverberando el sol en el aire un río contra esta sierra de Bogotá, si hizo un arco como suele naturalmente en cuya clave y capitel se apareció resplandeciente el demonio con figura de hombre, representando el Bochica con una vara de oro en la mano y llamando a voces desde ahí a los caciques principales, a que acudieran con brevedad con todos sus vasallos, les dijo desde lo alto "He oído vuestros ruegos y condolido de ellos y de la razón que tenéis en las quejas que dais de Chibchacum me ha parecido venir a daros en reconocerme. Me doy por satisfecho de lo bien que me servís y a pagároslo en remediar la necesidad en que estáis, pues tanto toca a mi providencia. Y así aunque no os quitaré los dos ríos porque en algún tiempo de sequedad los habréis menester, abriré un sierra por donde salgan las aguas y queden libres vuestras tierras" y diciendo y haciendo arrojó la vara de oro al Tequendama y abrió las peñas por donde ahora pasa el río pero como era vara delgada no hizo tanta abertura y así todavía rebalsa..."
(Simón, 1882/1626, págs. 379-380).
HUNZAHÚA.
Un cacique de Tunja o Zaque, enamorado de su propia hermana Noncetá, es exiliado por la madre de ambos llamada Farativa y tras huir por las tierras de Susa y finalmente tener un hijo que se convirtió en piedra, llegaron al Salto de Tequendama donde se convierten en piedras separado por la fuerza de las aguas.
"Cerca del abismo que hoy forma el Tequendama más estrechamente se abrazaron los hermanos en un impulso de terror y espanto y cuando creyeron que aparecería Bochica, surgió de la niebla el arco iris, Cuchavira, el dios de la maternidad y los castigos, quien los convirtió en dos inmensas piedras que encajonan las aguas de Tequendama".
(Galindo, 1965, pág. 34).
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En todo el Mundo existen hitos legendarios y puntos emblemáticos, cada uno con relevante carga de energías o por alguna idiosincrasia otorgada -religiosa y mística-, que son buscados y adoptados para poder dar fin al sufrimiento subliminal de una manera romántica. Hay sitios consagrados y reconocidos por tradición, como el Bosque Aokigahara en Japón, el puente de Nankin sobre el río Yangtsé, y el puente Golden Gate californiano. Pero, dejando de un lado la natural atracción que ofrecen los sitios altos y simbólicos, hay un evento místico extra que se percibe de forma sensible en esta catarata y su vertiginoso paisaje.
Si se tiene en cuenta que la religión tradicional japonesa otorga al Bosque Aokigahara la presencia de demonios y entidades del submundo, que confieren una antigua fama de lugar maldito, es lógico que las personas desesperadas recurran a terminar su vida en él, un sitio para la tristeza y la desesperanza. El Salto de Tequendama ofrece su propio origen místico positivo: la tradición de quitarse la vida en la cascada no solo es tan antigua como los tiempos mitológicos que narraban los muiscas, ancestrales habitantes de Cundinamarca, sino que hace una emulación de los hechos místicos en un sitio que atrae esas personas que no encuentran más salida que poner fin a sus vidas en un lugar hecho para ello.
De hecho, la leyenda muisca podemos encontrar en el relato de Hunzahúa y Noncetá como los primeros suicidas que hicieron honor y uso del escenario del Tequendama. De esta manera, el suicida desaparece entre la bruma y el arco iris, su vida se desvanece para siempre... Y como lo hicieran Bochica, Hunzahúa y Noncetá, se convierten en parte del paisaje, en parte del rugido y estrellamiento de las aguas.
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En otras tradiciones paralelas del folklore local, la memoria cita las aguas diáfanas de la laguna primigenia de Iguaque, luego de la creación del mundo, sitio de donde emergió una hermosa mujer con un niño de tres años de la mano; el canto de las aves y la melodía del viento eran los únicos indicios de vida, ya que el ser humano no formaba parte del panorama.
Ambos recorrieron las montañas hasta que divisaron una extensa sabana donde construyeron su morada. El niño creció y se casó con su madre, llamada Bachué. Tuvieron un sinfín de hijos que poblaron el territorio: en cada parto, la mujer daba a luz hasta seis criaturas.
Bachué les enseñó a sus descendientes a venerar el agua y vivir en paz y armonía. Al envejecer, la pareja regresó a Iguaque para sumergirse en sus aguas en forma de serpientes. Cuenta esta leyenda que ese fue el origen del pueblo Muisca.
Años después, a la sabana llegó Bochica, un hombre blanco con larga cabellera y barba plateadas que les enseñó a los muiscas a cultivar la tierra y a tejer con algodón. Lo vieron como el mensajero de Chiminigagua, el dios creador de la vida. Sin embargo, Huitaca, sus esposa, ocultaba un repudio hacia los indígenas. Según el historiador Nelson Osorio, la mujer introdujo la lujuria, el libertinaje y la embriaguez, y conjuró un hechizo maligno de tempestades furiosas que inundaron la sabana: "Posteriormente, al enterarse de estas acciones, Bochica la convirtió en lechuza. Pero las inundaciones no desaparecieron, pues una muralla de piedra en la región del Tequendama tenía represada las aguas. Entonces, con una vara dorada, Bochica rompió el montículo y causó una explosión sideral que le dio vida al hueco y con ello a la cascada liberadora del agua", dice Osorio.
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DE LAS CRÓNICAS HISTÓRICAS DEL TEQUENDAMA.
En las crónicas escritas por los españoles no se menciona el Salto de Tequendama como sitio de importancia durante la ocupación de los muiscas, aunque la arqueología ha lanzado nuevas teorías al respecto. A partir de la excavación de la aldea cercana a la subestación eléctrica de Nueva Esperanza puede corresponder al poblado de Cienenga, mencionado por fray Pedro Simón (García. 2020). En la conquista se ubicó en las proximidades, el monasterio del Tuso cuya ocupación duró hasta 1697 en que fue trasladado a Soacha por orden de los oidores, seguramente en razón de la baja renta que producía. (Cancino J.A., 1940).
Durante la época de la colonia el Salto parece haber sido visitado por cronistas, virreyes y hombres de ciencia como el barón Alexander von Humboldt, el sabio José Celestino Mutis, y Francisco José de Caldas, quienes intentaron medir la profundidad de la caída de agua y describieron científicamente los alrededores, la flora y la fauna (Navas J.A., 2001).
Particularmente Humboldt realizó numerosas observaciones y descripciones con sumo detalle a lo largo de sus visitas al lugar:
En 1801, Alexander von Humboldt, con un barómetro y arrojando piedras desde lo más alto del salto, estimó que la caída medía 91 toesas, es decir unos 177 metros. "Su aspecto es infinitamente bello; yo creo que no existe ninguna caída de esta altura", escribió en uno de sus diarios de viaje y estudios.
"Yo he visto cascadas más ricas en agua y sin embargo, nunca observé sobre ninguna un nubarrón tan permanente y espeso como sobre el Tequendama".
(A. von Humboldt, Diario: Viaje al Salto de Tequendama, Biblioteca Luis Angel Arango, 26-27 de agosto de 1501).
"El Salto de Tequendama debe su aspecto imponente a la relación de su altura y de la masa de agua que se precipita. El Río Bogotá, después de haber regado el pantano de Funza, cubierto de bellas plantas acuáticas, se angosta y vuelve a su lecho cerca de Canoas. Allí tiene todavía 45 metros de ancho. En la época de las grandes sequías me ha parecido, suponiendo al río cortado por un plano perpendicular, que la masa de agua presenta una sección de 700 a 780 pies cuadrados (74 a 82,50 metros cuadrados). El gran muro de roca, cuyas paredes baña la cascada y que por su blancura y la regularidad de sus capas horizontales recuerda el calcáreo jurásico; los reflejos de la luz que se rompe en la nube de vapor que flota sin cesar por encima de la catarata; la división al infinito de esta masa vaporosa que vuelve a caer en perlas húmedas y deja detrás de sí algo como una cola de corneta; el ruido de la cascada parecido al rugir del trueno y repetido por los ecos de las montañas; la oscuridad del abismo; el contraste entre los robles que arriba recuerdan la vegetación de Europa y las plantas tropicales que crecen al pie de la cascada, todo se reúne para dar a esta escena indescriptible un carácter individual y grandioso".
(A. von Humboldt, citado por Jean Baptiste Boussingault, 1802-1887).
"Solamente cuando el Río Bogotá está crecido, es cuando se precipita perpendicularmente y de un solo salto, sin ser detenido por las asperezas de la roca. Al contrario, cuando las aguas están bajas, y así es como las he visto, el espectáculo es más animado. Sobre la roca existen dos salientes: la una a 10 metros y la otra a 60 metros; éstas producen una sucesión de cascadas, debajo de las cuales todo se pierde en un mar de espuma y de vapor".
(A. von Humboldt).
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Un ingeniero militar, geógrafo, botánico y explorador del territorio colombiano a finales del siglo XVII también narraba con estupor y miedo su encuentro con el Río Bogotá en su diario de viaje:
"Cuando se mira por primera vez la cascada del Tequendama hace la más profunda impresión sobre el espíritu del observador. Todos quedan sorprendidos y como atónitos: los ojos fijos, los párpados extendidos, arrugado el entrecejo, y una ligera sonrisa manifiestan claramente la sensación del alma. El placer y el horror se pintan sin equivocación sobre todos los semblantes. Parece que la naturaleza se ha complacido en mezclar la majestad y la belleza con el espanto y con el miedo, en esa obra maestra de sus manos".
(Francisco José de Caldas, El Salto de Tequendama, BanrepCultural, 2017).
"Tenemos muchas descripciones de la catarata del Tequendama, pero casi todas exageradas. He aquí lo que nosotros hemos escrito en la "Relación de nuestros viajes dentro del Reino": El Bogotá, después de haber recorrido con paso lento y perezoso la espaciosa llanura de su nombre, vuelve de repente su curso hacia Occidente y comienza a atravesar por entre el cordón de montañas que están al sudoeste de Santafé. Aquí, dejando esa lentitud melancólica, acelera su paso, forma olas, murmullo y espumas. Rodando sobre el plano inclinado aumenta por momentos su velocidad. Corrientes impetuosas, golpes contra las rocas, saltos, ruidos majestuosos suceden al silencio y a la tranquilidad. En la orilla del precipicio todo el Bogotá se lanza en masa sobre un banco de piedra, aquí se estrella, allí da golpes horrorosos, aquí forma hervores, borbollones, y se arroja en forma de plumas divergentes más blancas que la nieve, en el abismo que lo espera".
(Francisco José de Caldas, Tequendama).
"En su fondo el golpe es terrible, y no se puede ver sin horror. Estas plumas vistosas que formaban las aguas en el aire se convierten de repente en lluvia y en columnas de nubes que se levantan a los cielos. Parece que el Bogotá, acostumbrado a recorrer las regiones elevadas de Los Andes, ha descendido a pesar suyo en esta profundidad, y quiere orgulloso elevarse otra vez en forma de vapores.
(Francisco José de Caldas, 1768-1816).
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De modo adicional cabe señalar que los nobles españoles se deleitaron con la obra de Bochica. Gonzalo Jiménez de Quesada visitó varias veces la caída del Río Funza o Bogotá y la virreina María de la Paz Enrile lideró paseos por la zona de los farallones.
El Salto desde el fondo del desfiladero, representado en una pintura local de 1854.
Durante los primeros años de la era republicana continuó siendo un sitio de curiosidad y turismo que fue ganando importancia con el crecimiento de la población, de acuerdo a lo que ya he mencionado con anterioridad. Las necesidades sanitarias de una ciudad moderna joven en expansión obligaron a construir hidroeléctricas en cursos de agua como el Río Bogotá, siendo la primera la de El charquito, en 1896.
Al poco tiempo se inician las obras de construcción del ferrocarril, época en la que, como vimos, entra en funcionamiento el Hotel del Salto durante la década de 1920. La función del tren cuando se inauguró era principalmente llevar y traer carbón mineral; con el hotel en auge, se adaptaron vagones para transporte de pasajeros, así como una estación férrea en el mismo hotel. Ferrocarriles Nacionales de Colombia quiebra en los años 50s.
Tren del Ferrocarril del Sur pasando al frente de las compuertas de la estación de bombeo Alicachín, en el ramal hacia el Salto de Tequendama (Colección gráfica G.Cuellar).
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Por último, algo que cabe destacar es precisamente que, a partir de la instalación de compuertas que regulan el caudal del río a través del último tramo del recorrido pasando el Muña, la cantidad de agua que llega al Salto depende de esa circunstancia, además está claro que también afecta la incidencia de la cantidad pluviométrica del sector. Este es el motivo por el cual el caudal del Salto varía notablemente.
La foto superior es un documento histórico donde se aprecia la cantidad de agua en condiciones normales que está pasando hacia el salto precisamente sobre el primer escalón superior, posiblemente tomada en los años 40s. La Virgen de la Buena Esperanza, quieta al otro lado, solo observa la escena.
En este pretérito caso extraño, la catarata se quedó sin agua, posiblemente debido a la conjugación simultánea de varios factores, entre ellos, una severa sequía en la región. En los 90s era habitual ver un panorama bastante pobre del Salto y muchas veces se precipitaba un manojo de hilachas de agua.
En cambio, durante períodos de grandes lluvias la cascada llega a lucir despampanante, ruidosa y violenta. Prácticamente las paredes verticales graníticas adyacentes desaparecen bajo la furia líquida formándose una gran nube de gotas atomizadas.
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Es un destino que todo turista debería conocer cuando visita tierras muiscas, en honor a la verdad. No es un sitio cualquiera. Provoca sentimientos encontrados de sobresalto y de vértigo, de maravilla y de miedo, todo menos neutralidad. En cualquier caso, se trata de uno de esos paisajes que suelen aparecer en sueños surrealistas e imposibles, en donde puede que te despiertes súbitamente debido a las emociones. Y se encuentra a tan solo 40 minutos (unos 30 km) al sur de la zona metropolitana.
Colombia, un lugar que obsequia un beso de recibimiento a cada visitante. Ese beso embelesa, a veces viene acompañado de agonía melancólica debido a la intensidad de los recuerdos que se manifiestan para siempre y que jamás desaparece (doy fe en absoluto): ese beso es muy parecido al que otorga la Argentina en sus calles y esquinas. Cundinamarca y los demás departamentos no son para nada indiferentes y ajenos: los odias o los amas.
Ya lo dijo alguna vez Daniel Samper Pizano: "Colombia da un beso de novia a cada forastero; a veces condena a la nostalgia y a veces mata". En mi caso, me fui de ahí más enamorado de toda la cordillera de Los Andes para nunca más abandonarlo en mi mente por el resto de mis días.
Adjunto link con video panorámico del desfiladero y la cascada.
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