Por Arq. Rodolfo Eduardo Medina.
CRONICAS DE VIAJE POR EL CALLEJON DE HUAYLAS
Alguna vez nací sobre las sabanas
ecuatoriales a nivel del mar, y, sin embargo, bien pude haberlo hecho sobre las
estribaciones del muro ciclópeo de Los Andes, dueño de las pendientes más
imposibles y cercanas a la cota de conservación glaciar. Aunque soy de cuna
tropical, siempre he preferido los aires frescos y la cercanía del hielo. Por
esa razón las regiones serranas con sus superficies arrugadas y los paisajes
nevados han ejercido fascinación en el alma mía.
Los nevados poseen la marca de sus
vestimentas con los bordes estrellados de sus flacos con nieves, y se desnudan
según los caprichos de la naturaleza, cuando el clima excita el calor y
disuelve sin pudor el manto blanco dejando al aire intimidades pétreas. En todo
caso, la altura de estas montañas es un factor decisivo a la hora de poseer
aquel piso térmico tan llamativo y puro. Es por esta razón que los
ascensionistas y adoradores de las montañas pierden los escrúpulos y la
ecuanimidad cuando se acercan a un coloso de cima nívea; la experiencia de
escalar y hacer cumbre es un clímax espiritual que no puede medirse ni tampoco
explicarse.
Si admirar una montaña nevada, como el
solitario Chimborazo o el icónico Cotopaxi ya es apabullante, hay que imaginar
la sensación que produce el desplazar la mirada sobre un cordón de montañas
nevadas de todos los tipos y tamaños, una hilera de puntas y macizos coronados con
glaciares y nieves eternas que resplandecen a lo largo de 160 kilómetros de
desarrollo lineal.
Mejor aún, si esta muralla espeluznantemente
blanca, con alturas gigantescas que superan las leyes de la teoría geofísica
del movimiento y la deriva de los continentes, tiene la apariencia que se viene
encima sobre un valle que corre paralelamente a sus faldas, no hace falta decir
que transitar por el fondo de dicho callejón resulta equivalente a sentir la
adrenalina de estar lo más cercano posible a uno de los espectáculos naturales
más bellos que nos puede regalar el planeta, como un tsunami de monstruos de
piedra y escarcha. Este abrumador lugar se encuentra precisamente sobre la
parte más joven de Sudamérica.
Por las características geográficas
peculiares señaladas es que se lo denomina con propiedad “CALLEJÓN DE HUAYLAS” (en quechua, Huaylas significa “praderas”). Se
lo ha llamado con justificación “la Suiza de América”, y queda en el corazón de la serranía peruana. No interesa entablar
comparaciones, pero sí me parece necesario hablar con amplitud suficiente del
sitio que he conocido ancestralmente, y que ya he tenido la oportunidad de
deleitarme en dos ocasiones durante mi presente vida. El escenario del Callejón
en su conjunto es una gran maqueta arrugada hecha a medida para los aventureros
y amantes de la vida extrema. Vivir dentro de él es permanecer con los cinco
sentidos exaltados debido a los accidentes geográficos extremos en todas las
esquinas.
El Callejón de Huaylas y la parte central de
la Cordillera Blanca, desde el avión. En primer plano la Cordillera Negra, vista hacia el este.
Desde ya es un territorio bastante ignorado
por la mayoría de viajantes. Mucha gente no sabe siquiera que existe algo de
esta magnitud en un país andino. Menos aún si ese paraíso escondido del
trekking y la escalada se encuentran dentro de la zona tropical y a poca
distancia relativa del punto de acceso al vasto mundo peruano, Lima. Por tierra
se invierte ocho horas en bus para acceder al Callejón; para los turistas
impacientes, hay vuelos domésticos en bimotores que salen del capitalino
aeropuerto Jorge Chávez y aterrizan sobre el Callejón, en cuestión de 45
minutos.
La mejor forma de vivir el primer encuentro con
este vertiginoso territorio, es por supuesto viajar por tierra, subir la
carretera, curva por curva, hasta llegar al lomo de la cordillera occidental, y
encontrarse de narices con la primera laguna de páramo, a 4100 m.s.n.m., conocida con el nombre de Conococha, un primer paneo de la lejana Cordillera de Raura al este, y la
Cordillera de Huayhuash hacia el suroriente, además de los primeros segmentos
kilométricos de los primeros nevados meridionales de la inmensa pared de la Cordillera
Blanca, que en esta ubicación visual todavía no se alcanza a ver en toda su
extensión.
Laguna de Conococha y estribaciones de la
cordillera de Raura.
Localidad de Conococha, puerta de entrada meridional al Callejón.
Páramo de Conococha, con la Cordillera de
Huayhuash, y el pico Yerupajá (6630 m).
Ruta PE-3N, y el Pico Qiwllaraju, al ingresar
al Callejón de Huaylas.
Toda esta región es nueva, es decir, nace de
una corteza terrestre relativamente reciente, que ha alzado su contenido de las
maneras más destructivas, telúricamente hablando. Cada año, estas montañas se
elevan a un promedio de 6 cm aproximadamente, debido a la presión que ejerce la
subducción de la placa de Nazca con la placa continental adyacente. De esa
manera, Sudamérica ha visto crecer una porción de la cordillera de Los Andes
que quita el aliento justamente sobre esta latitud ubicada en el departamento
político peruano de Ancash. El
plegamiento de las masas continentales ha hecho posible que surjan dos
cordilleras paralelas a la línea de costa y separadas por un valle longitudinal:
la más cercana al mar tiene por nombre Cordillera
Negra, y debe su nombre a la coloración de la misma y a la ausencia de
mantos nevados permanentes sobre sus picos, cuya máxima cota alcanza los 5180
metros; es más baja debido a un proceso erosivo más agudo. La otra es la Cordillera Blanca, y su nombre está
dado por obvias razones. Es indudablemente el cordón montañoso más relevante y
majestuoso; constituye una impresionante masa colectiva de más de un centenar
de glaciares y una reserva importante de agua dulce con sus innumerables
lagunas de aguas mineralizadas derivadas del deshielo. La altura máxima
orográfica se registra en el macizo doble del Huascarán cuya cima posee dos
cotas: la punta norte 6664 y el domo sur 6768 m.s.n.m., siendo ésta la tercera
montaña en altitud americana, después del monte Aconcagua y del nevado Ojos Del
Salado. Más adelante me referiré al Huascarán y sus lazos trágicos que lo atan
al Callejón.
Planicie arriba de Cátac, con la cordillera
Negra al fondo.
Apenas se divisa la laguna Conococha, empieza
un amplio páramo. Aquí aflora un riachuelo con meandros, el cual da inicio al
curso del río Santa, que definirá el punto de inflexión del fondo del valle que
transita en toda la longitud del Callejón, y finalmente, al cabo de unos 180
kilómetros (distancia entre Cátac y Huallanca), y de traspasar el cañón del
Pato, su cauce se desviará hacia la costa dentro de una profunda quebrada
montañosa.
La carretera central del Callejón (PE-3N) se
encuentra en excelente estado de pavimentación y atraviesa varias comarcas de
variada densidad demográfica; el camino discurre entre caseríos y una línea
casi continua de presencia humana, a pesar que las vistas maravillosas de la
gran muralla nívea de los picos y glaciares se va acercando según nos dirigimos
a Huaraz, la ciudad más poblada y desarrollada de la región (120.000 habitantes
aproximadamente).
Peaje de Tunan, pasando el páramo de
Conococha.
Región sur de la cordillera Blanca:
Nevados Ranrapalca, Pallqaraju, Chinchey, y Huantsan (todos sobrepasan holgadamente los 6 km
de altitud).
Desde el distrito de Recuay, el primero en
arribar al inicio del Callejón, el valle longitudinal va teniendo una suave
pendiente hacia el norte, de tal manera que los pequeños valles que se suceden
van teniendo un descenso paulatino en la cota de altura. El conglomerado urbano
de Huaraz está a una altitud de 3080 m.s.n.m., Carhuaz, distante 43 km está a
2680, y Caraz, otros 40 km más al norte, 2285 m.s.n.m. En el medio se
encuentran varias poblaciones menores, entre las que destaca Anta por ser sede
del único aeropuerto regional, a donde llegan los vuelos procedentes de Lima, y
se posan sobre la pista, justo en medio del Callejón, entre las paredes nevadas
de varias montañas que superan los 6000 metros de altitud: esto quiere decir
que las montañas, a nivel del valle, poseen una altura promedio efectivo de 3
kilómetros y medio.
Aquí cabe hacer una aclaración en cuanto a la
diferencia en la definición entre ALTURA y ALTITUD, con respecto a una montana:
ALTURA es la distancia vertical entre dos puntos de
la superficie terrestre.
ALTITUD es la distancia vertical
entre un punto de la superficie terrestre y el nivel del mar.
El macizo del Huascarán por ejemplo, es un
nevado de doble giba que posee una altura promedio de 4100 metros con respecto
al nivel del valle (a la altura de Caraz); al mismo tiempo, el nevado tiene una
altitud de 6768 m.s.n.m.
Aeropuerto de Anta, con el nevado Huascarán
al fondo.
La vía PE-3N es el cordón umbilical, el eje
vial comercial del callejón, y desde esta carretera parten varias rutas
transversales que trepan a ambos lados del estrecho valle, hacia la cordillera
Negra y hacia la cordillera Blanca. Los primeros tienen como destino las
estribaciones calientes y polvorientas que separan la costa hasta que empalman
la ruta Panamericana. Los segundos, comunican el callejón hacia el oriente con
el paralelo valle de Conchucos, venciendo pasos de montaña de más de 4500
metros de altitud y poseyendo vistas inmejorables de los nevados circundantes.
Pórtico de acceso al poblado de Recuay, sobre la ruta
PE-3N.
Antes de llegar a Recuay, está la bifurcación
para tomar la ruta PE-110 que se dirige hacia el paso de montaña Kahuish, y que parte desde el pueblo de
Cátac (3570 m.s.n.m.). Este camino posee lindos escenarios de la campiña de
suave pendiente y un paneo general de casi todo el skyline de la alta
cordillera Blanca central, hasta que se torna en un valle angosto con una
preciosa laguna azul, Querococha, a los pies de picos erosionados con nieve (nevado
Yanamaray). Luego de cruzar el túnel Kahuish (punto más alto del tramo, 4516
m.s.n.m.), la ruta, que a partir de aquí solo es afirmada, desciende en un
camino de cornisa y acompañada por un riachuelo de aguas color cobre, hasta el
valle de Chavín de Huantar (3150 m.s.n.m.). La distancia desde Cátac hasta
Chavín, 66 km (31 de ellos sobre vía asfaltada).
Vista al sur desde la ruta PE-110,
Cátac-Kahuish.
Vista al norte desde ruta PE-110,
Cátac-Kahuish.
Pico Yanamaray.
Laguna Querococha (3950 m.s.n.m.), vista hacia el levante.
Desde la ruta, la Laguna Querococha, vista hacia el poniente (al fondo, la Cordillera Negra).
Sobre la pampa de Kahuish (hito Km 23).
Túnel paso Kahuish (4520 m.s.n.m.), acceso al Valle de Conchucos.
Portal meridional de acceso al Valle de
Conchucos, con estatua blanca con cruz.
Ruta afirmada a Chavín de Huantar.
Así mismo, pocos kilómetros antes de llegar a
Cátac, se encuentra un desvío a la derecha, el cual se dirige a la base del
nevado Pastoruri, después de recorrer varias lagunas y un valle donde se
encuentran ejemplares de la Puya Raimondi,
una especie de singular cactus esbelto y alto sin ramificaciones, y que es
endémica de pocas zonas de los Andes. El nevado Pastoruri posee un triste
récord actual debido a los estudios demostrados acerca de los efectos reales
del natural y episódico calentamiento
global planetario: es un nevado de aprox. 5200 metros, cuyo glaciar pintoresco
lleno de cuevas, las cuales eran visitadas por el turismo en años anteriores,
ha retrocedido dramáticamente, dejando una montaña desnuda con abundantes
lagunas de deshielo sobre las faldas. Con cierta ironía, la ruta que conduce al
nevado se la ha bautizado como “ruta del
cambio climático”.
Retroceso glaciar del nevado Pastoruri.
Desde las laderas del
nevado Pastoruri. Los glaciares del mismo y de la cordillera de enfrente son
numerosos (mayo 1999).
El mismo sitio, 17 años después, muestra
mucho menos glaciares, incluso la evaporación de algunas de las lagunas
producidas por el deshielo paulatino (noviembre 2016).
Rostro de Antonio Raymondi, quien tuvo que ver con diversos estudios en la región, impreso en el billete de Cinco Millones de Intis.
El Señor Antonio Raimondi tuvo mucho que ver
en la región. Fue principalmente un investigador naturalista de origen
italiano, cuyo legado para el Perú fue varios estudios sobre la flora, fauna y
la geología del Perú, constituyendo un gran enciclopedista. Gracias a él se le
atribuye la paternidad de los adjetivos que se adjudican a las principales
ciudades del callejón, por ciertas anécdotas:
En Recuay le robaron algunos de sus valiosos
apuntes; entonces llamó al pueblo “Recuay – Ladronera”. Luego en Huaraz se
enamoró de una muchacha, quien lo rechazó. Despechado, se mudó a Carhuaz, no
sin antes calificarla como “Huaraz – Presunción”. Llegó a Carhuaz justo cuando
se celebraba la fiesta patronal, donde se baila y se bebe copiosamente.
Entonces la denomina “Carhuaz – Borrachera”. Cuando él arriba a Yungay divisó
un hermoso amanecer, cuando los rayos del sol reflejaron las cimas del
imponente Huascarán. Por lo tanto, la llamó “Yungay – Hermosura”. Finalmente,
en Caraz, fue asediado por decenas de lugareños quienes le ofrecieron manjar
blanco y miel, así que decidió denominarla “Caraz – Dulzura”.
Vista del sector central de la cordillera
Blanca, desde Pariapata-Collahuasi.
Pórtico de ingreso a la ciudad de Huaraz, con parte del Huascarán al fondo.
Nevado Huamashrahu (5430 m.s.n.m.), sobre el
costado oriental de la ciudad de Huaraz.
Vista al norte del sector central de la
cordillera Blanca, desde Huaraz. Se aprecian los nevados de Huandoy, Huascarán,
y Chopicalqui.
Huaraz es una ciudad como cualquier otra que
adornan los valles de Los Andes, como la ecuatoriana Riobamba, o la colombiana
Pasto. Cualquiera de estas ciudades posee un centinela cercano, una montaña
especial que oficia de hito geográfico, incluso dueños de mitos y leyendas. La
diferencia con Huaraz radica en que los paisajes desde la urbe, mire donde se
mire, deja estupefacto a cualquiera. No se puede ser insensible ante tal
cantidad de riscos, picos y macizos llenos de glaciares y cordones nevados de
todos los tamaños y en forma tan cercana a la vista. En verdad Huaraz es una
ciudad escenario, y es la puerta de entrada al desfile de la parte central de
la Cordillera Blanca, la porción con mayor altitud promedio de toda la serranía
central peruana, la cordillera tropical con mayor densidad orográfica y con la
mayor cantidad de glaciares.
Vista al callejón de Huaylas y la ciudad de
Huaraz desde el paso de Punta Callán (4200 m.s.n.m.), sobre la ruta PE-14A.
Desde esta ciudad parte hacia el poniente la
ruta PE-14A que atraviesa la cordillera Negra (paso de Punta Callán, 4200 m.s.n.m.),
y baja hasta las vecindades arenosas de Casma, sobre la costa. Desde Huaraz
también continúa la ruta PE-3N hacia el norte y, al cabo de 43 km aparece el
tejido urbano de Carhuaz.
Salida norte de la ciudad de Huaraz, a la
altura del barrio Vichay.
Nevado macizo de Hualcán-Copa (6200
m.s.n.m.), a la altura del distrito de Marcará.
Carhuaz es una simpática urbe con activos
mercados y gente que se mueve en todas las direcciones. Y es punto de inicio a
una de las carreteras más espectaculares que he visto. Se trata de la fabulosa
y recientemente asfaltada ruta Carhuaz-Chacas (PE-107), la cual transcurre en
forma transversal al callejón e ingresa a la quebrada de Ulta luego de
atravesar el distrito de Shilla. Al finalizar la quebrada al Este la ruta
empieza a retorcerse en un zigzag continuo y ascendente sobre la ladera del
nevado Contrahierbas (este segmento del camino se lo conoce como la Ruta de las Mil Curvas); al cabo de 46
curvas y contracurvas, y venciendo cualquier atisbo de vértigo y pánico
paisajístico, se contempla una vista única de la cordillera Blanca y una
colección de magníficos picos nevados, la mayoría de los cuales sobrepasan los 6000
metros, los que prácticamente se los puede tocar con las manos (Chiqrallaju,
Cajavilca, Contrahierbas, Hualcán, Ulta, Huishcanga, Chopicallqui, y la cara
sureste del Huascarán Sur).
Ruta PE-107. Quebrada de Ulta.
Mirador de Paso Olímpica (4700 m.s.n.m.).
Túnel Olímpica (4740 m.s.n.m.), ruta PE-107,
Carhuaz-Chacas.
Lagunas Sulla y Cancaragá. Ingreso central al
valle de Conchucos, ruta PE-107.
Se necesitan 900 metros para vencer esta
cuesta, la cual llega hasta los 4740 m.s.n.m., en donde hay que cruzar el túnel
del PASO OLÍMPICA, el punto vial de
mayor altitud. De otro lado del túnel, la vista sigue siendo espectacular,
bordeando varias lagunas de origen glaciar (Yanarraju, Sulla o Belaúnde,
Cancaragá, y Torococha). Esta ruta lleva al escondido poblado de Chacas (al
cabo de 80 km de recorrido desde Carhuaz), con sus casas antiguas bien
conservadas alrededor de una amplia plaza central que posee una exquisita
arquitectura colonial, y de pequeños balcones labrados; este sitio está inmerso
en un valle húmedo con muchas tonalidades imaginables de verde vegetación.
Regresando al Callejón de Huaylas, la
siguiente población importante, luego de Carhuaz, es el sector de Ranrahirca y
Yungay (2460 m.s.n.m.), distante unos 17 km. Yungay ha padecido varios
cataclismos durante su historia. Dos episodios de aludes sucedieron durante el
siglo XX, siendo el más catastrófico el que tomó lugar durante la tarde del 31
de mayo de 1970, con ocasión de un terremoto de magnitud 7,8 (escala de Richter),
cuyo epicentro fue de origen múltiple, a 30 km de la línea costera, entre Casma
y Huarmey, generando olas sobrepuestas en la corteza de la placa continental a
lo largo de todo el territorio peruano y los países vecinos, por un espacio de
45 segundos. Uno de esos sacudones hizo desprender un casquete vertical de
glaciar desde la pared norte del Huascarán, originando una avalancha de más de
40 millones de m3 de hielo, lodo, y piedras que cayó sobre las áreas urbanas de
Ranrahirca y Yungay, con una ola negra de 25 a 30 metros de altura y a una
velocidad de 300 km/h.
Nevado Huascarán (pico norte
6655 m, pico sur 6770 m), visto desde el Camposanto de Yungay.
Trayectoria de la avalancha de 1970 desde la
pared norte del Huascarán hacia el valle de Yungay, a consecuencia del terremoto. A la izquierda, la quebrada
de Llanganuco y sus dos lagunas (foto imagen de la época).
Estado de la plaza de Armas de Yungay, pocos
días después del alud que sepultó el pueblo. Quedaron en pie solo cuatro
palmeras y restos dispersos de los arcos de los accesos de la Iglesia (foto histórica).
Foto aérea del sector central del Callejón de Huaylas sobre Yungay y Ranrahirca, luego del terremoto. Campo afectado por el alud hasta el río Santa.
En el Camposanto de Yungay (mayo de 1999), con réplica de la iglesia sobre el antiguo sitio de la original.
Las crónicas relatan que el alud fue tan
estrepitoso que originó un eco ruidoso que retumbaba en las laderas opuestas de
la cordillera Negra, e hizo confundir a los yungainos, además que el nevado
gigante se hallaba cubierto por nubes. Los 25.000 habitantes del pueblo
murieron, salvo unas 300 personas, la mayoría niños, quienes se encontraban
asistiendo a un circo vecino sobre una lomada, y otra parte de la población que
se encontraba en la cima del cementerio local, un par de decenas de metros por
encima del pueblo. El frente del alud mayor alcanzó el río Santa y su ímpetu
hizo desviar el curso del río Ranrahirca creando una especie de meandro sobre
el río Santa.
Hoy existe un camposanto preservado en el lugar,
donde se conserva el cementerio con sus originales criptas y un monumento blanquinoso
de Cristo mirando hacia el nevado. La pradera está sembrada de flores y
arbustos, donde yace la antigua Yungay -tres metros por debajo-, y solo asoman
cuatro tallos de palmeras que solían adornar la Plaza de Armas y varios trozos
dispersados de los arcos, compuesto de ladrillo y cemento, que formaban parte
de la destruida catedral, además de varios esqueletos achicharrados y oxidados
de vehículos que quedaron en alguna esquina de la desaparecida área urbana.
Actualmente la nueva Yungay se alza a poco menos de 1 km de distancia, al norte
del camposanto.
Debido a estar en una zona de difícil acceso
y con déficit de comunicaciones para la época, las noticias terribles tardaron
en conocerse. Recuerdo haber sentido los movimientos telúricos de aquel
terremoto, desde la lejanía de Ecuador, y recuerdo también escuchar las
consecuencias de aquel terremoto sobre Lima.
Sin embargo, yo después escucharía las
historias más bellas sobre el Callejón de Huaylas mucho tiempo después cuando
personalmente visitaría el sitio.
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Una de esas historias que había escuchado
contenía el siguiente relato:
“Cuando el tiempo apenas había nacido, un
titán ancestral tuvo dos hijas bellas y humildes. En el cumpleaños número 15°
de ellas, decidió darles un regalo. Así que, jugó con arenas y agua primigenia,
y formó un montículo tratando de emular una especie de zigurat granítico
parecido al que ya existía sobre la superficie marciana, el Monte Olimpo.
No contento con el resultado, él procedió,
cuchillo en mano, a cortar la enorme estructura en varias partes para
multiplicarlo. Sin embargo, se dio cuenta que la asimetría le gustaba más en
las formas más espontáneas de la naturaleza, por lo tanto, con una espátula,
fue escarbando y moldeando los interiores de cada pieza, cual corona interna de
un sistema dental, otorgándole distintas identidades.
Luego, con un fino bisturí, fue buscando
surcos hacia los profundos cortes con los que dividió originalmente la masa;
para ello se valió de gigantescas lluvias que fueron erosionando las cúspides
de cada bloque independiente de masa y drenando las estribaciones.
A continuación, con ánimo de diseñador
obstinado, agarró con la mano varios cinceles, y fue tallando, con paciencia de
hábil escultor, cercenando, quitando, y amoldando prominencias, otorgando
formas de pirámides, castillos y catedrales góticas, hasta domos pulidos.
Finalmente, agotado y sediento, decidió
esparcir abundante escarcha sobre cada diente tallado de la gigantesca corona
ciclópea, y les dio forma de casquetes, para que los ojos del hombre se fijen
en su blancura, y siempre se acuerden que, dentro de toda su magnificencia y
omnipresencia, la blancura de la belleza y lo cristalino de la humildad deben
prevalecer en el ser humano, incluso, aunque tengan el poder de los
cataclismos.
Por ahí dicen que, de esta forma, se creó una
cordillera semejante. Muchísimos años después, el juguete quedó por ahí
olvidado, pero un visitante celestial lo recogió y lo depositó sobre la maqueta
de un proyecto de cierto planeta azul para colonizar”.
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Bien, regresemos al recorrido. Cuando se
empieza a subir la cuesta de la ruta afirmada (bastante irregular, por cierto),
con los 25 km que hay que transitar para ir entre la nueva Yungay y la quebrada
de Llanganuco, se pueden ver las evidencias del sendero destructivo que dejó el
gigantesco alud, y es bastante perceptible el lugar mismo del desprendimiento
del casquete sobre la pared norte del Huascarán, que se lo aprecia en forma tan
cercana que produce algo de temor debido a su volumen. Conforme se va acercando
a la quebrada, a mí al menos, me causa perplejidad las enormes masas pétreas que
actúan de plataformas, tanto del Huascarán como del Huandoy, dos de los macizos
nevados más espectaculares del callejón.
Estas dos
plataformas se cortan en dos, de forma tan abrupta, originando un desfiladero
angosto entre ambos, lugar por donde ingresé para llegar a las dos lagunas del
sitio de Llanganuco: Chinancocha y Orconcocha, ambas ubicadas a 3850 y 3860
m.s.n.m., respectivamente. El lugar es propio de un sueño paisajístico ideal,
en donde confluyen altas paredes graníticas hasta donde llegan glaciares con
signos de ablación, lagunas con aguas color turquesa, rodeadas de bosques con
un árbol típico del sector -el queñual-, cuyo tallo color cobre crece en forma
oblonga debido a los vientos.
El Huascarán, sobre el sendero que conduce a
la quebrada de Llanganuco.
Picos nevados del Huandoy (máx altura 6360
m), ubicados al norte de la quebrada de Llanganucos.
Plano más cercano del Huandoy.
Primer plano de la plataforma granítica del
macizo de las dos cimas del Huascarán, con su base glaciar de ablación.
Plataformas del Huandoy y del Huascarán; en el
medio la quebrada de Llanganuco.
Ingreso a la quebrada. Al fondo el nevado de
Yanaphaqcha. A la izquierda, los cortes agudos de las laderas del Huandoy; y a
la derecha, el plano vertical granítico del costado norte de la plataforma del Huascarán.
Laguna de Chinancocha, con la cima norte del
Huascarán, sobre la parte superior.
Sendero entre las lagunas Chinancocha y
Orconcocha. Arriba las aristas de uno de los picos del nevado Huandoy.
Al fondo, la estrechez del ingreso a la
quebrada de Llanganuco. En el horizonte la cordillera Negra.
Glaciares ablacionados provenientes del Huandoy (cota
aprox. 5000 m.s.n.m.), y corrientes de agua que descienden sobre el sendero carrozable entre ambas lagunas.
Queñuales sobre las riberas de la laguna Chinancocha.
Laguna Orconcocha, vista hacia el fondo de la quebrada de Llanganuco. A su derecha la ladera de la cuesta de Portachuelo.
Desde Portachuelo de Llanganuco, vista hacia
el oeste, con la laguna Orconcocha.
Más arriba de las lagunas está el paso de Portachuelo de Atojshayco, con una vía de penetración aún más mala que la de acceso a la quebrada de Llanganuco, y que sube por un sendero en furioso y empinado zigzag que yo me atreví a ascender. El paso a vencer llega, en su punto más alto, a 4770 m.s.n.m.; es decir, es el punto carrozable más alto de todos los pasos de la cordillera Blanca.
Cuesta de Portachuelo de Llanganuco. A la
derecha, la quebrada y las dos lagunas (Orconcocha y Chinancocha). Se visualiza el nevado Huascarán de espaldas, y parte de la ruta de ascenso al abra.
Valle de Yungay y la Cordillera Negra al fondo.
El camposanto de la vieja Yungay a la izquierda, y cerro Pan de Azúcar, a la derecha de la imagen.
Ruta central del Callejón PE-3N, entre Yungay
y Caraz.
Las vistas de la espectacularidad del callejón tienen su apogeo precisamente sobre el tramo de la ruta entre Yungay y Caraz, distantes 15 km entre sí.
Caraz (2285 m.s.n.m.) es una bonita ciudad con numerosas granjas de producción bovina, cuya distinción radica en saborear dulces locales hechos de manjar blanco.
Caraz – Dulzura. Casco urbano central.
Al ver la imagen satelital de la cordillera
Blanca, su longitud aparece discontinua; vista en su conjunto es una unidad
orográfica, sin embargo, se encuentra cortada en bloques. Cada corte vendría a
ser las quebradas mayores. A veces, estas quebradas son completas, y otras
veces no alcanzan a cortar completamente dos bloques, creando una especie de
silla de montar entre ambos, en donde se encuentran las abras o pasos de
montaña. Al fondo de estas quebradas va a parar el agua de los deshielos,
los cuales forman lagunas y ríos; estas quebradas fueron utilizadas para poder
ejecutar rutas de penetración y cruce entre ambos lados de la cordillera.
La mancha gris al lado de la cicatriz del río Santa, abajo a la derecha de la imagen, es la ciudad de Huaraz.
Los bloques están conformados por un grupo de
macizos graníticos, sobre cuyos lomos se encuentran las montañas y las
estructuras glaciares. Estas montañas se encuentran dispuestas en forma de
circo, es decir, componen una especie de caldera abierta hacia un lado, similar
a una “U”, cuyo espacio interior es, por lo general, un pequeño valle acotado,
que, en algunos casos, también se llena de agua mineralizada, producto de la
fusión de los glaciares, creando un lago con un escenario alrededor imponente.
Como lo mencioné, cada bloque de la Cordillera
Blanca asemeja una letra “u” o “w”, quizá una “n”, y, analizada en su conjunto,
pareciera que la imagen de la cordillera y la lectura de su “glaceado” tiende a
una aproximación hacia una palabra de lenguaje incierto… Algo así como si fuese
un jeroglífico tallado.
Una de estas letras que se ven desde el
espacio, la “n” que corresponde al bloque de la cordillera que se halla justo
al este de la ciudad de Caraz, es lugar de uno de los escenarios más bellos que
he conocido en mi vida, y, para mi gusto, está dentro de la misma categoría que
el Glaciar Perito Moreno (Argentina), las Torres del Paine (Chile), y la laguna
Amarilla dentro del cráter del nevado El Altar (Ecuador).
Laguna Paron, y el nevado Pirámide (5885
m.s.n.m.).
Se trata de la laguna Paron, un espejo de
agua turquesa con forma ovoide, cuyas riberas la conforman las faldas de tres
de los picos nevados más hermosos y enigmáticos de la región: Artesonraju,
Pirámide, y Chacraraju. Las montañas comparten una característica en común, y
es que son piramidales. Simbólicamente, es como un lago color cielo con su
corona nívea encima de sus paredes perimetrales.
Para llegar a esta laguna, hay que partir de
Caraz en dirección a dicha “n” de la Cordillera Blanca, mediante un camino
pésimo de trocha angosta, y al cabo de algunas horas de fatiga vehicular, por
fin se accede a las vecindades de la hoya interna de la laguna. Haciendo los
últimos pasos a pie, se encuentra esta joyita encerrada.
Pasando Caraz, hacia el norte, el callejón
empieza a estrecharse aún más, y la carretera entra en un desfiladero lleno de
cuchillas graníticas y altos precipicios que dan al fluido correntoso del río Santa,
que se lo conoce como el Cañón del Pato.
Desde aquí la temperatura se va incrementando conforme la cota de altura baja, y
el ecosistema se vuelve más templado y cálido.
De seguir por esta ruta, es posible seguir,
siempre acompañado por el río Santa, el que en cierto momento dobla y enfila
hacia el oeste, y descender hasta las cercanías de la costera ciudad de
Chimbote. Lo malo es que este tramo de la carretera siempre ha tenido cierto
abandono histórico en su mantenimiento, y el recorrido vehicular resulta una verdadera
pesadilla. Por lo tanto, lo evité, y el regreso a la costa lo realicé
retornando hasta Huaraz para tomar la vía a Casma para poder acceder a mi
siguiente destino: conocer los arenales y las ruinas arqueológicas de los
alrededores de Sechín.
Después de bajar la cordillera desde Huaraz, de cara a la costa y con las estribaciones áridas de las montañas a mis espaldas, finalizaba este periplo en las cercanías de Sechín - Casma.
Diarios de viaje, noviembre de 2016.
RM.
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