domingo, 23 de febrero de 2025

MEMORIAS DE ANDINIA SOBRE LA RUTA ENTRE GUAYAQUIL Y LIMA, PARTE IV

Por Arq. Rodolfo Eduardo medina.

PARTE IV


DE TRUJILLO A LIMA.

Siempre recorriendo el asfalto de la ruta Panamericana, por detrás del complejo arqueológico de Chan Chan y sin ingresar al casco central de Trujillo, se llega a un óvalo distribuidor, el cual señala la salida sur de la ciudad  el parque industrial de la ciudad capital departamental. Varios carteles indicativos anuncian sobre la avenida que hay calles que se adentran campiña adentro en dirección este, hacia la explanada de otro gran complejo arqueológico, el de las Huacas del Sol y de la Luna y el museo respectivo.

Resulta admirable que todas estas civilizaciones del desierto tuvieron la osadía de establecer centros urbanos importantes sobre el territorio. Y es que los moches fueron grandes ingenieros hidráulicos. De esta manera pudieron solucionar la escasez de agua justamente en las partes más desérticas de su territorio, como el valle donde se encuentran estas huacas.
Las Huacas del Sol y de la Luna son las construcciones más importantes de toda la historia Moche, ya que el valle donde se encuentran emplazadas era considerado como la capital de esta cultura, aunque el propósito de ésta comparado con el cercano complejo de Chan Chan era distinto.

Este sitio está ubicado a unos cinco km al sur de Trujillo en el distrito de Moche. Estas huacas eran totalmente desconocidas hasta hace unos 30 años, cuando fueron descubiertas producto del azar. Antes de eso, las huacas estaban cubiertas por arena y arbustos espinosos, y no parecían más que un par de cerros que la gente utilizaba como paseo para realizar caminatas.

Poco antes de llegar al recinto, al pie del camino, se bordea un peculiar cerro segmentado, semejante a un volumen trapezoidal con las superficies erosionadas. A pocos metros está el ingreso donde funcionan las instalaciones del museo.



Pasando el museo, hay que trepar unas escalera para llegar a las excavaciones efectuadas (y techadas) sobre las laderas de la Huaca de La Luna. El panorama resulta impresionante: desde ese punto se controla todo el valle, la gran Huaca del Sol que se ve enfrente (el cerro trapezoidal que mencioné en el párrafo anterior), y más allá el conglomerado urbano de Trujillo.




Entre estas dos impresionantes huacas se encontraba el núcleo urbano de los moches, donde había plazas, viviendas, y calles en las que vivía una sociedad jerarquizada y dedicada a diferentes profesiones.
Por ejemplo, la clase alta, formada por los sacerdotes, tenían sus casas a los pies de la Huaca de La Luna, que es el cerro que posee el mejor aspecto de pirámide. En el centro del valle se encontraban los artesanos o textileros pertenecientes a la clase media alta; los agricultores y pescadores habitaban en los perímetros ya que formaban parte de la clase baja.



Desde el sector de la clase alta, en la parte superior de la Huaca de La Luna, se obtiene un panorama excelente de todo el entorno. De acuerdo con el dibujo de arriba, así debe haber lucido el valle con el asentamiento urbano en su esplendor y la Huaca del Sol al fondo.



La Huaca de La Luna resulta ser una gran pirámide que alcanza los 21 m de altura, la cual está formada por tres plataformas y cuatro plazas ceremoniales. Era un templo en el que, entre otras actividades,se realizaban sacrificios humanos. Para escoger a las personas que iban a ser ofrecidas se llevaba a cabo una pelea y el perdedor era degollado. Su cabeza era ofrecida a Ai Apaec, el dios decapitador (nombre que mencioné en la Parte III, acerca del complejo El Brujo). Esta deidad era temida, adorada, y encargada de castigar y proteger a los moches a partes iguales.

Una de las cosas más sorprendentes de la Huaca de La Luna son sus coloridos relieves. Los moches utilizaban óxido de diferentes minerales para darle color a los grafismos de relieve sobre los muros de sus construcciones y así consiguieron que, a pesar del paso de los años, las imágenes que ellos crearon sigan con sus colores prácticamente intactos.

En los relieves contaban historias de su día a día, y representaban infinidad de simbologías: sacerdotes danzando, guerreros perdedores mantenidos como prisioneros, dioses representados por distintos animales. Pero, entre todos los relieves, el que más destacaba era el de la deidad  Ai Apaec.


La lectura de este dios degollador es bastante siniestra. Los arqueólogos manifiestan que está formada por óculos de búho, colmillos felinos, cabellos ondulados tipo olas del mar o tentáculos de pulpo. Todo eso, como se pueden imaginar, le daba un toque de contrariedad al semblante de Ai Apaec, lo que hacía que los moches invirtieran todas sus fuerzas en calmar su ira.

Otra de las características de la Huaca de La Luna es que hay cinco niveles superpuestos. Esto se debe a que cada vez que llegaba un nuevo mandatario ordenaba enterrar y sellar el templo anterior para empezar de cero una nueva construcción bajo sus indicaciones.







En uno de los niveles de la huaca, los muros poseen una colección impresionante de representaciones texturizadas, en muy buen estado de conservación.


La Huaca del Sol, el peculiar cerrito segmentado sobre el camino de acceso al complejo, que yo mencionara en párrafos anteriores, en cambio, era el centro político-administrativo de la cultura Moche. Esta edificación, con forma de pirámide trunca, está formada por más de 140 millones de adobes que fueron colocados uno por uno, según cuentan las crónicas, por 250.000 hombres. Pero hay un dato aún más impresionante: la leyenda dice que se tardó tan solo tres días en construir la Huaca del Sol. Claramente los moches no fueron grandes defensores de los derechos de los trabajadores, parece.

Esta huaca permanece aislada y por ahora se restringe el acceso al público debido a que se encuentra en primera fase de reconocimiento y estudio. Al igual que la Huaca Cortada de El Brujo, esta pirámide se encuentra en profundo deterioro y sus lados inclinados muestran la desnudez de la complejidad estructural de las líneas de adobe.



A pesar de que desde hace tres décadas se han realizado intensos trabajos de excavación en las Huacas del Sol y de La Luna, la mayoría de estos terrenos permanecen aún enterrados con muchos secretos escondidos. Uno de ellos salió a la luz en 2013: excavadores hallaron un total de 300 tumbas acompañadas de cerámicas de gran valor.

En fin. Dejemos por ahora las huacas, y prosigamos añadiendo kilometraje al auto en la Panamericana.

La salida sur de Trujillo es una autopista recta que trepa una leve pendiente constante hacia las laderas de los cerros vecinos que bajan hacia una costa abrupta e irregular. A la derecha, en dirección al poniente, se alcanza a ver las instalaciones portuarias de Salaverry, escondidas debajo del precipicio.

Viendo el panorama hacia atrás, queda el manchón urbano de Trujillo que posee regularmente un velo de bruma suspendido en el cielo, particularidad que se debe a la densidad vehicular e industrial, encerrado por las estribaciones en tres de sus puntos cardinales.


En los siguientes kilómetros, aparecen grandes extensiones de hectáreas de cultivos de arándanos, que se distribuyen a través del valle longitudinal de Virú (km 520), arrimado a un cordón montañoso con tonalidades ocres. En medio del valle están las poblaciones de San José, Virú (a la cual se accede por un desvío), y la villa comercial de Chao.

Esta última población posee un área de bosque protegido (Puquio de Santa Rosa) que se alcanza a ver en dirección suroeste hacia la costa. En este punto termina la irrigación del valle fértil de Virú, y empieza un largo tramo desértico, lugar que tiene por nombre "pampa Las Dunas”, con la única compañía de las peculiares torres aisladas de tendido de alta tensión que trepan sobre la surrealista policromía de las montañas en sucesión hasta las cumbres. Estas cimas sobrepasan los tres kilómetros y medio hasta el lomo, considerándose esta cota como la cúspide de la cordillera occidental peruana más cercana al mar, justo donde la Panamericana ingresa al departamento de Ancash.




Debido a la actividad tectónica de las placas, cuya subducción se encuentra a la distancia más cercana a la costa en estas latitudes, ha producido una elevación reciente e imponente con la porción más atormentada de Los Andes jóvenes; muchas montañas se encuentran marcadas por los estratos surgidos abruptamente desde las entrañas de la placa continental, cortezas con diferentes texturas y colores.

A continuación, la autopista vuelve a acercarse a la costa en medio de un llano arenoso de pendientes suaves; al pasar el poblado de Guadalupito, la ruta efectúa una amplia curva con un viaducto que atraviesa el río Santa, arteria fluvial no navegable, el cual desciende desde el corazón del Callejón de Huaylas. Ingresamos al valle agrícola de Santa y los asentamientos que avisan la proximidad de la zona metropolitana de Chimbote, a la cual se ingresa luego de cruzar el estrecho túnel de montaña Coishco (km 440).


En general, tengo recuerdos difusos y poco agradables de Chimbote. En casi todos mis viajes por tierra, cuando he transitado por sus calles polvorientas, más que nada en horarios nocturnos, me ha llamado la atención el caos ambiental reinante con una niebla que pesa, la cantidad de basurales en el perímetro, y principalmente, el olor a harina de pescado debido a la gran cantidad de industrias pesqueras y procesadoras.

Por una vez, al percibirla de día y “manejándola” desde mi auto, la encontré bastante mejorada y ordenada, sin la atmósfera pútrida de antaño pero con el cielo diáfano. La verdad, es que la ciudad ha crecido un montón y, actualmente los barrios perimetrales se extienden de manera considerable hacia el sureste venciendo la pampa arenal sobre la salida urbana meridional, a la altura de los terrenos del aeropuerto local, que miran hacia una costa irregular, con entrantes y salientes peninsulares, de radas e islotes con morfologías agrestes.

Una vez que se atraviesa la estación de peaje Vesique (km 415), en medio de una explanada rodeada de cerros con ceniza, hay un pequeño valle transversal regado por el río Nepeña, con cooperativas agrarias urbanas como la comuna Huambacho. Hacia la derecha de la autopista, que a esta altura consta de dos autovías paralelas cada una en sentido de circulación contraria, hay caminos que comunican pequeños balnearios de casitas blancas.


Uno de ellos (para mí, el más coqueto), es Playa Tortuga (km 398), lugar que se distingue claramente desde la Panamericana en medio de un escenario típico de la península arábiga, con un acceso vial adornado de palmeras chatas.






El pueblo es bastante sencillo aunque no posee comodidades, salvo un hotel (que no atendían) y pocos restaurantes. Pero el ambiente es muy bonito y sereno como para pasear sin prisa. La playa contiene una arena gruesa color oscuro y aparentemente el agua de la pequeña bahía está algo contaminada; aún así, los atardeceres desde el rudimentario malecón son magníficos.




La autopista Panamericana, que transcurre paralela a la playa, se aleja a la altura del desvío al próximo puerto de Casma, y se interna tierra adentro hasta llegar a la ciudad de Casma (km 380). Esta apacible ciudad tiene la virtud de compartir sus dominios al lado de una reserva con muchos vestigios arqueológicos de antiguas civilizaciones del Perú. Incluso, dentro del perímetro urbano hay cerros que parecerían que contienen huacas y pasajes en el interior.



Realmente la zona de Casma es un gran yacimiento de vida pasada que supo tener gran actividad. En efecto, al salir de Casma, en una curva pronunciada de la carretera y a la altura de otro desvío que se dirige al Callejón de Huaylas, se comienzan a visualizan varios cerros que contienen estructuras líticas con muros y nichos, provenientes de la cultura Sechín. Estos emplazamientos arqueológicos se hallan catalogados por sectores: Sechín Alto y Sechín Bajo, Taukachi Konkan, Manchán, Pampa de Las Llamas o Moxeque, y el Observatorio de Chankillo. La mayoría están semi-enterradas, esperando ser suficientemente descubiertas para el análisis científico.

Después de abandonar el valle de Casma prosigue el inmenso mar de arena a la par del siempre omnipresente murallón granítico de Los Andes con sus tenebrosos colores pasteles. La ruta que serpentea de manera suave ondulante, desciende hacia el sector de Playa Grande, concurriendo un desvío bien señalizado hacia la derecha, a la playa chimbotana de La Gramita.






A continuación, luego de bordear un conjunto de cerros costaneros, la vía vuelve a acercarse a la ribera irregular llena de lomas escarpadas que se precipita al océano formando acantilados.



Aparece un ingreso a la escondida Playa Pan de Azúcar; entonces la vía baja y corre paralela a la playa, sitio donde se encuentra un control de peajes (Peaje Huarmey). A partir de aquí se sucede una pequeña colección de playitas, desde el acceso al balneario de Culebras (km 312), hasta el desvío hacia la Playa Tuquillo (km 309).


La ciudad y puerto de Huarmey (km 297), se encuentra sobre un valle transversal que riega el río Huarmey. Luego de algunas granjas salpicadas sobre la pampa arenal, el reinado de la aridez absoluta y de los fantasmales cerros sobrecoge. La autopista sigue rompiendo la monotonía unilineal separada en dos vías paralelas. Sobre ciertos segmentos el océano es visible, pasando Huarmey, sin embargo, la árida explanada llega al mar en forma de meseta y se derrumba con alturas que llegan a superar los 150 metros.

Con ocasión del último viaje que efectué en noviembre de 2016, mientras transitaba la Panamericana a la altura de Playa Escondida (km 273) y a última hora de la tarde, me gustó mucho el paisaje que tenía enfrente; entonces decidí detenerme sobre la berma. La autopista lucía despejada con poco tránsito y escuchaba el murmullo de camiones que circulaban lejos de donde yo estaba. Saqué mi cámara automática, me senté sobre el pavimento y disparé extasiado.


Logré tomar unas imágenes que parecían ser sacadas de un estado surrealista, yo diría onírico, ya que toda la escenografía estaba siendo bañado por la luz espectral platinada de una súper luna que aconteció casualmente en las horas del crepúsculo de aquel día 14. Las montañas no eran las mismas que me habían acompañado en todo este gran viaje; ahora lucían lúgubres pertenecientes a otra dimensión. Pensé que así debería verse un planeta terrestre lejano similar a este mundo. Me quedé mucho tiempo absorto y transportado ante esta visión.

El huracán desparramado de un camión container que pasó a gran velocidad me hizo regresar súbito a este mundo. Poco después, mientras seguía contemplando semejante paisaje y el degradé cromático que adquirían las miles de superficies, a la vista y en sombra, los sectores de arena blanca y los de arenas oscuras, conforme iba apagándose la luminosidad diurna, me acordé vagamente de una vieja foto en blanco y negro que yo había guardado en mis archivos personales hace mucho tiempo.



Apenas pude a mi regreso, encontré la antigua foto, fechada en 1972, la comparé con las que yo acababa de tomar pocos días atrás, y descubrí lo siguiente: la foto fue tomada por mi papá, y sin saberlo, yo volvía a fotografiar el mismo paisaje casi en el mismo lugar de la carretera, 44 años después!

Así que me puse a analizar similitudes y diferencias. Las superficies de arena sobre las laderas de las montañas lejanas evidentemente habían sido sujetas a modificaciones; en cuanto al trazado de la vía Panamericana, había dejado de ser una simple carretera de dos calzadas para convertirse en una doble autopista con dos calzadas y berma en cada una. Los ubicuos postes de la red de fluido eléctrico paralelo a la ruta han cambiado; el automóvil de placas peruanas en la vieja imagen quedaba retratado ahí para siempre. En cuanto al mustio letrero de señalización vial del lugar, presumiblemente lo habrán quitado o alguien se lo habrá robado…


Con resignación reanudé la marcha, abandonando el paisaje lunar bañado totalmente por el brillo lunar inusual.

A partir de Playa Gaviotas y Gramadal, empieza a divisarse señales de actividad humana, con caseríos y granjas, además de la presencia de la estación de peaje Fortaleza (km 220). Las playas accesibles retornan y la paulatina aparición de cultivos preanuncian el arribo de otro valle transversal y un río de gran caudal que desciende de las altas montañas cercanas, el río Fortaleza.

Este valle fértil, con generosa amplitud de cultivos, alberga ciudades con cierta densidad poblacional, siendo la primera en aparecer Paramonga. Un par de minutos antes de llegar al puente del río Fortaleza resulta visible desde la ruta un cerro coronado con un emplazamiento superior en forma de "castillo": es la Fortaleza de Paramonga.


La ruta a continuación esquiva a las siguientes poblaciones, conformando una sucesión de óvalos de distribución vial que sirven además a las ciudades de Pativilca, Barranca y Supe, una trilogía de pueblos comunes y apacibles.


En el primer anillo de distribución que sirve de acceso a Paramonga, se encuentra el desvío hacia el este, que conduce por un valle lleno de plantaciones de algodón, al ingreso vial principal del Callejón de Huaylas por el páramo de Conococha, circuito que describí con detenimiento, en un post anterior.

Ver post:

El tramo de autopista Panamericana que va desde el puente del río Pativilca hasta el puerto de Supe se halla en la actualidad bajo mejoras en construcción, y resulta un tanto confuso transitar este segmento debido a los cambios de sentido de los carriles provisionales.


El puerto de Supe respira en sus calles un aire a tiempos mejores idos. La arquitectura de algunas viviendas conservan el estilo republicano de siglo pasado.

Sobre el principal anillo de distribución para ingresar a Supe (km 184) y el puerto homónimo, está otro desvío a una carretera parcialmente pavimentada, para acceder al angosto valle del río Supe, que conduce al sector de Caral, distante unos 23 kilómetros valle adentro, lugar donde se halla el conjunto poli piramidal arqueológico asentado entre los cerros de Caral-Purmacana.

Ver mi post acerca del complejo arqueológico de Caral-Supe:

Esta región del país además alberga varios complejos de ruinas arqueológicas, siendo los más estudiados, la Fortaleza de Paramonga (adyacente a la ruta Panamericana sobre el km 190), y el complejo de El Áspero, con la Huaca de los Sacrificios (situado sobre una colina, en las afueras de Puerto Supe).

En este punto, faltan recorrer 180 km restantes de autopista para alcanzar la Gran Lima. Este último tramo de Panamericana bordea amplias ensenadas bañadas por un océano de olas salvajes y el opaco horizonte producido por la niebla espesa. La vía Panamericana, luego de recorrer el valle del río Chancay, confluye en el empalme distribuidor de ingreso al sector conocido como “Serpentín Pasamayo” (km 70). 



El "serpentín" es un camino sinuoso de 22 kilómetros en los que hay que sortear 52 curvas que transcurren sobre las laderas de dunas gigantescas que caen al mar, y que son la pesadilla de la mayoría de choferes; la sensación de alerta se incrementa al transitarlo cuando resultan evidentes los esqueletos de autos y buses que yacen en el fondo del abismo o que quedaron suspendidos sobre el plano súper inclinado de los acantilados. La curva del km 61 quizá es el punto más peligroso de toda la Panamericana Norte, encontrándose justo ahí la llamada “curva del diablo”; es el lugar en donde está la menor anchura de la pista junto a un abismo de casi 300 metros sobre las olas.





Actualmente se ha habilitado un bypass del serpentín –la Variante-, por encima de los cerros, que permite evitar el paso por esta encrucijada, al término de la cual, y si la niebla lo permite, aparece por fin la primera señal de los límites septentrionales del gran conurbano limeño, el balneario de Ancón.


Ancón es una risueña playa a orillas de una pequeña bahía y a espaldas de los cerros de arena, sobre cuyas cimas se han alzado multitudinarias antenas repetidoras. Tuvo un auge turístico en las décadas de los 60s y 70s, y era considerada la meca playera de la élite limeña. Recuerdo que siendo niño, mis abuelos me llevaron alguna vez en temporada veraniega, y me impactó ver aquellos edificios blancos de departamentos que se alzaban sobre la playa, frente a una costanera con palmeras, la cual, ostentaba un diseño de solado con tonos monocromáticos, muy característico del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer. La vista siempre me ha remitido un tanto a la rambla de diseño ondulante de la playa de Copacabana en Río de Janeiro. Lamentablemente, hoy se ha transformado en un sitio decadente con numerosos departamentos en venta y rodeado de pueblos jóvenes.


Durante los años de mutuo recelo castrense, recuerdo que había un importante retén militar en las afueras de Ancón, inmediatamente después de bajar el temible camino de cornisa; sin importar la hora de arribo, los efectivos fuertemente armados hasta el alma efectuaban la severa inspección, tanto del vehículo como de los pasajeros, a quienes hacían bajar a la pista para someter a chequeo de las humanidades, sin importar la niebla o el frío reinante.

Por otra parte, se respetaba un riguroso toque de queda indefinido: era la época de los “terrucos” y los atentados que asolaban la vapuleada Lima de los años ochenta. Cada vez que me tocaba cruzar Perú (las primeras veces en las unidades de la empresa de ómnibus Tepsa, y posteriormente en los buses de Ormeño), por lo general siempre se llegaba a la zona de Ancón en la madrugada casi al amanecer, y eramos despertados de manera abrupta por un grito propio de regimiento de infantería, que ordenaba bajar del ómnibus para proceder a la revisión.


Habiendo partido desde Guayaquil, habré recorrido casi 1510 km hasta el óvalo distribuidor de Ancón (km 38), a partir del cual, la Panamericana Norte recibe el flujo principal de tránsito de ingreso al cono norte de la capital peruana, una fascinante metrópoli llena de extremismos y asimetrías, que alberga más de 10.055.000 almas, y que representa aproximadamente la tercera parte de la población del Perú, al año 2016.

*****

La vía Panamericana ha cambiado bastante y en la actualidad posee numerosos tramos que casi nada tienen que ver con lo que existía hace cuarenta años. En muchos casos, se ha mejorado el trazado evitando curvas riesgosas y cancelando ingresos a poblaciones mediante la implementación de anillos viales.

En general, se nota un discreto mantenimiento preventivo y permanente de la vía, y se tiende a tener una buena señalización horizontal y vertical. Antes, la Panamericana se enfrentaba a contingencias por estancamiento y demoras debido a que los puentes eran barridos ocasionalmente en cada Fenómeno de El Niño, demorando su reconstrucción y sin tener estudios adecuados de suelo; también la carpeta asfáltica frecuentemente se hallaba deteriorada, por lo que el recorrido se convertía en una verdadera odisea. Cruzar el tramo entre Máncora y El Alto, resultaba dificultoso y con probabilidades de perder tiempo; algunas veces tuve que pernoctar dentro del vehículo estacionado en medio de la absoluta oscuridad durante horas en la madrugada, soportando el calor y los mosquitos dentro de los buses de larga distancia, porque era imposible avanzar debido al pésimo estado de la carretera, o por algún accidente en las vecindades. Además, era muy común el arenamiento completo de la vía en las zonas de dunas, a tal punto que la ruta desaparecía completamente, y había que armarse de paciencia hasta que el mantenimiento de carreteras llegaba al sitio y despejaba la superficie.

A condición de ir habilitando grandes tramos de la ruta original, convirtiéndolas en autopista de dos vías diferenciadas e independientes, permitió disminuir los tiempos de viaje y facilitar el desplazamiento sin tanto riesgo. Por eso, el proyecto vial del corredor costero norperuano contempla en breve conseguir unificar la Panamericana en una sola autopista de primer orden hasta la ciudad de Tumbes. Ojalá se haga realidad, pues actualmente la autopista concesionada (“Del Sol”) está operativa en forma casi continua entre Trujillo y Lima.


Ingreso al casco céntrico de Lima desde la Panamericana Norte, a la altura del distrito de Rimac - Caquetá.


DATOS RELEVANTES DEL RECORRIDO EN AUTO, DE LA RUTA PANAMERICANA

Distancia GUAYAQUIL - LIMA: 1548 km
Guayaquil – CEBAF 250 km (4 horas)
CEBAF – Lima 1298 km (19 horas)
Tiempo de desplazamiento vehicular total (excluye tiempos en Migración y descansos): 23 horas
Cruce de ciudades importantes peruanas: Tumbes, Piura, Chiclayo, Trujillo, Chimbote.
Costo promedio por galón de gasolina ecuatoriana -92 octanos- (nov 2016, en US$): $ 2,32
Costo promedio por galón de gasolina peruana -90 octanos- (nov 2016, en US$): $ 3,88
Distancia mayor sin puntos de abastecimiento de combustible: 170 km (desierto de Sechura).
Pavimento peruano en óptimo estado (nov 2016): 95%
Cotización del Sol por cada Dólar US$ (nov 2016): S/. 3,40

Peajes sobre la Panamericana en Ecuador (Costa), y costo: 3 unidades; $ 1,00 c/u.
Peajes sobre la Panamericana Norte en Perú TMB-LIM, y costo (nov 2016, en US$): $ 35,60
Unidad de peaje Cancas (CtrAlm.Villar, km 1196). S/. 7,50
Unidad de peaje Talara (km 1084). S/. 7,50
Unidad de peaje Sullana (km 1018). S/. 7,50
Unidad de peaje Bayóvar (km 983). S/. 11,40
Unidad de peaje Mórrope (km 820). S/. 12,00
Unidad de peaje Pacanguilla (Chepén, km 724). S/. 9,50
Unidad de peaje Chicama (Ascope, km 602). S/. 9,50
Unidad de peaje Virú (km 520). S/. 7,80
Unidad de peaje Vesique (Santa, km 415). S/. 7,90
Unidad de peaje Huarmey (Culebras, km 314). S/. 7,50
Unidad de peaje Fortaleza (Barranca, km 220). S/. 7,70
Unidad de peaje El Paraíso (Huaura, km 139). S/. 9,50
Unidad de peaje Serpentín Pasamayo (km 48). S/. 9,50
Unidad de peaje Chillón (Puente Piedra, km 36). S/. 4,50

Circuitos de la Panamericana de Ecuador, habilitados como autopista:

Durán-Km 26
Segmento Taura-Churute
Segmento Churute-Puerto Inca
Segmento Naranjal
El Cambio (Dv. Machala)-Santa Rosa-Arenillas
Dv. Huaquillas-CEBAF-Línea Fronteriza

Circuitos de la Panamericana Norte de Perú, habilitados como autopista:

Línea Fronteriza-CEBAF-Dv. Zarumilla
Sullana-Piura
Segmentos Mórrope-Lambayeque-Chiclayo
Segmentos Pacanguilla-Trujillo-Vegueta
Huaura-Lima

***

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